Llegamos a Tarija, al sur de Bolivia, porque Hernán de Couchsurfing respondió positivamente nuestra solicitud. “Les prestamos un cuartito al lado del nuestro”. Esa respuesta nos alcanzó para ir hacia el este y cambiar el plan de subir rumbo a La Paz.
No sabíamos qué nos íbamos a encontrar ni qué hacer en Tarija, pero nos entusiasmaba quedarnos en la casa de un local y alejarnos por unos días de la ruta turística que une Villazón con La Paz pasando por los obligados Uyuni y Potosí.
Tarija nos sorprendió por su vegetación, por su centro y alrededores coloniales, por la Ruta del Vino, por sus mercados y por sus caminos precolombinos escondidos a más de 4000 metros de altura. Pero antes de relatar nuestros días en “la Andalucía boliviana” o “la ciudad que se parece a Salta” -como leímos y escuchamos que la apodan- hay una introducción que explica por qué fuimos para allá. .
Los días previos
Entramos a Bolivia por Villazón sin mucha planificación. Estando en San Pedro de Atacama, Chile, nos vimos obligados a entrar a Argentina para resolver unos temas bancarios. Atrás quedó el plan original de pasar unos días de playa en Iquique, llegar hasta Arica y entrar a Bolivia en un bus que nos lleve directamente hacia La Paz.
Como ya estamos acostumbrados, eso que planeamos durante un tiempo lo terminamos cambiando en cinco minutos. Sabemos que es -y seguirá siendo- así.
Con gusto volvimos a Argentina, pasamos unos días en Purmamarca, nos encontramos con amigos, comimos milanesa, asado, pagamos sin tener que hacer conversiones monetarias, hablamos por teléfono con nuestra familia, compramos yerba argentina y solucionamos -o eso creímos- los inconvenientes con la cuenta bancaria.
Cruzamos a Bolivia por Villazón y sólo abrimos la billetera para pagar el almuerzo, un chip de Entel Bolivia y los pasajes de micro que nos llevarían al siguiente destino. Atravesamos las 10 cuadras repletas de puestos de ventas y tiendas y comercios y vendedores ambulantes y salimos victoriosos. Preguntamos mucho, comparamos precios pero no compramos nada.
Llegamos a Bolivia sin saber qué hacer después de cruzar la frontera. No teníamos a nadie esperándonos en su casa ni ningún acuerdo con algún hospedaje para trabajar por intercambio. Estábamos a la espera de correos electrónicos con alguna respuesta. No llegaban ni aceptando propuestas ni desestimándolas. No llegaban correos de ningún tipo.
Entonces, mirando el mapa y la guía de viajes, decidimos ir a Tupiza, a un par de horas de Villazón, para quedarnos por el sur y dar tiempo a que la bandeja de entrada del mail nos diera alguna pista de cómo seguir.
Fue así que pasamos unos días de “vacaciones” en Tupiza, mientras nos adaptamos a un nuevo país: nuevos horarios, nuevas comidas, nuevas palabras, nueva moneda. Nuevos desafíos.
Con el correr de los días aparecieron las respuestas que esperábamos. Un paceño que ahora vive en Tarija aceptó la solicitud de Couchsurfing para recibirnos unos días en su casa. Además, BolTur, la agencia de turismo estatal de Bolivia, se contactó para decirnos que estaban interesados en colaborar con nuestra recorrida por el país a partir de un intercambio. Solo necesitaban un par de días para analizar la propuesta, por lo que encajaba perfecto con la idea de irnos al oriente.
Con esas definiciones nos fuimos a Tarija.
Tarija, la linda
La primera impresión no fue esa. Llegamos a las dos de la madrugada después de un viaje por caminos de tierra y precipicios, con curvas y contracurvas, bajo una lluvia torrencial. La misma lluvia que nos esperaba en la ciudad.
La ilusión de esperar hasta el amanecer en un banco de la terminal se frustró apenas bajamos y vimos que todos estaban ocupados con otras personas que tenían el mismo plan que nosotros. La situación empeoró cuando no encontramos ninguna parte cerrada para refugiarnos de la lluvia y el frío y los borrachos daban vueltas buscando también un banco para recostarse.
Finalmente, las ganas de dormir y de salir de ahí nos hicieron buscar un cuarto. La sorpresa fue grande cuando vimos que en los casi diez hospedajes que rodeaban la terminal no había ni una sola habitación disponible.De mal humor y frustrados volvimos a un banco que estaba libre, obviamente porque la lluvia lo alcanzaba de costado.
Como no podíamos dormir, estábamos muy atentos a lo que pasaba a nuestro alrededor. En eso, vemos que una pareja sale de uno de los hoteles con pelo mojado (no de lluvia) y cara de felices. “Esta es la nuestra” dijimos. Fuimos corriendo, bajo la lluvia y volvimos a preguntar disponibilidad, como hacía una hora. Esta vez la respuesta fue afirmativa, así que pasamos la noche en un hospedaje de “mala muerte”. (Léase: dudosa limpieza, dudosa legalidad, dudosa reputación.) Las sábanas olían a limpio y estaban blancas así que nos acostamos y dormimos hasta el mediodía.
Con la luz del día y el cielo despejado apareció Tarija, la linda. Mucho verde, flores, fresca, limpia, montañas en los alrededores. La segunda impresión nos encantó.
Hernán, nuestro anfitrión, nos dijo: “Dicen que se parece a Salta”. Y nosotros que conocemos esa ciudad argentina, podemos decir que es un poco así.
No nos gusta comparar un lugar con otro al estilo “se parece a…”, pero a veces resulta difícil no rememorar una ciudad cuando se llega a otra que por algo nos hace acordar a la que conocimos primero o a la que es más famosa. Se entiende, ¿no? Suponemos que es algo que los colonizadores no pudieron evitar y la nostalgia hacia su tierra los llevó a poner directamente los mismos nombres a ciudades americanas. Por eso preferimos el “me hace acordar a…”.
Eso pasa con Tarija. La promocionan como la Andalucía boliviana porque el río que atraviesa la ciudad -y el paisaje que conforma- es similar al Río Guadalquivir de la Región Andaluza de España. (No podemos objetarlo ni afirmarlo. Mariano no se acuerda y yo no conozco la zona). Obviamente, a la falta de originalidad, al río le pusieron le pusieron el mismo nombre pero anteponiendo el adjetivo “Nuevo”.
Parece que los tarijeños se lo tomaron en serio. Diario Andaluz, Andalucía Tours, Panadería Andaluza son algunos nombres que eligieron los lugareños para llamar a sus emprendimientos.
Sobre la comparación con la ciudad de Salta, sí podemos decir que son dos ciudades que se asemejan en la vegetación tupida, en el colorido de las plazas y fachadas, en los aromas callejeros que mezclan comida con flores, en sus alrededores montañosos, en los faroles que adornan las calles, en sus balcones coloniales, en su arquitectura en general.
Pero Tarija no es Salta. En Tarija la Catedral Metropolitana no está frente a la plaza principal porque, antiguamente, cuando el río se desbordaba podía llegar hasta allí y decidieron construirla una cuadra más arriba. En el Museo de Arqueología no hay momias como en el de la capital salteña sino una gran colección de objetos de poblaciones originarias y fósiles de grandes mamíferos; además es gratuito.
Pero no queremos comparar más. Aunque nos olvidamos mencionar que a tan solo unos kilómetros al norte de la ciudad, también hay un pueblo llamado San Lorenzo. Para llegar, nos tomamos un micro en el Mercado Central de la ciudad y en media hora nos bajamos en la plaza, cuando vimos el cartel de “Centro Histórico”.
Un pueblo que tiene todas sus fachadas pintadas de blanco y en el que entre las 12.30 y las 15 no pasa nada. Justo cuando llegamos nosotros.
Caminamos por las calles empedradas dando vueltas por el pueblo y cada vez que pasábamos por la plaza nos sentamos a buscar un poco de sombra. Los portones y postigones de las casas antiguas estaban cerrados, al igual que los del edificio municipal. Solo los comedores tenían las puertas abiertas, así que no nos quedó otra que pasar a uno.
Como en todo pueblo boliviano, no puede faltar un mercado de venta de los más variados productos en algunos metros cuadrados. En San Lorenzo es bien pequeño pero es el mejor lugar para encontrar los famosos rosquetes, una masa hervida en hojas de chala en forma de rosca -obviamente- cubierta de merengue seco. También se puede conseguir en las casas donde los venden por la ventana. Compramos entusiasmados pero seguimos prefiriendo la repostería argentina.
Cuando el pueblo despertó de la siesta, abrieron las puertas del Museo Histórico. Es la antigua casa de un héroe de la independencia boliviana, el “moto” Méndez. Es muy pequeño así como su colección pero es gratuito y nos gustó porque en una vitrina se exhibía una espada que le regaló Belgrano.
San Lorenzo es lo que llaman “un pueblo pintoresco” y a nosotros que nos gusta la arquitectura colonial, las casas de techos bajos, las construcciones de paredes anchas y las puertas y ventanas de madera, nos encantó.
Después del paseo nos tomamos el micro camino a Tarija y nos bajamos en Tomatitas para hacer conexión con otra ruta e ir a conocer las cascadas de Coimata. Esperamos alrededor de una hora y nunca pasó un colectivo. La otra opción era tomar un taxi pero no queríamos pagar más de lo que gastamos en almorzar así que no las conocimos. Pero dicen que vale la pena ir.
¿Que más hacer en Tarija? Otros de los atractivos turísticos de Tarija y sus alrededores son:
- Lago San Jacinto: formado a partir de una represa que concentra una variada oferta gastronómica -eso es lo que dicen-..
- Reserva Biológica Cordillera de Sama: el altiplano tarijeño, con lagunas y caminos precolombinos. Nosotros lo recorrimos en dos días junto a nuestros couchs y fue una experiencia inolvidable. Los detalles los encuentran en “El mal llamado Camino del Inca de Tarija”.
- Entre los Viñedos más altos del mundo: un recorrido para conocer la industria más importante del departamento de Tarija y degustar los productos provenientes de los viñedos más altos del mundo. Conocimos algunas bodegas y lo contamos en “Ruta del Vino y Singani de Altura”
Hay transporte público hacia todos los puntos y es una gran oportunidad de conocer el campo chapaco (como se denomina a todo lo relativo a Tarija). Sólo hay que asegurarse de preguntar más de una vez cuál es el micro y dónde hay que tomarlo porque se pueden perder muchas horas caminando… como nos pasó a nosotros cada vez que queríamos ir a algún lado.
Particularmente la ciudad es para recorrerla caminando y en general es toda plana y está tan solo a 1874 msnm. Así la conocimos nosotros y cuando estábamos muy cansados por solo 1,50 Bs nos tomábamos un micro hasta la otra punta de la ciudad.
Nuestro recorrido por Tarija incluyó distintos miradores y plazas. Todos son espacios verdes abiertos muy bien cuidados, floridos y -según Marian- con el promedio más alto de bancos por metro cuadrado. Pasamos muchas horas sentados leyendo, en silencio, hablando y viendo hordas de chicos y adolescentes armados con bombuchas y armas cargadas con agua anticipándose al carnaval. Afortunadamente nos mantuvimos secos.
Tarija además tiene algunos atractivos arquitectónicos como la Casa Dorada, actual Casa de la Cultura, y el Castillo Azul, literalmente un castillo, en el que vive una familia de 12 personas.
Igualmente, el mayor atractivo que tiene para nosotros es cada uno de los mercados.
¿Dónde hospedarse en Tarija?
Como ya te contamos nosotros nos hospedamos a través de Couchsurfing, sin embargo no es una plataforma muy común en Bolivia, por lo que probablemente tengas que manejar otras alternativas. Una opción es llegar y caminar, pero dependiendo el equipaje que tengas, puede ser un poco engorroso. Otra opción es reservar online, acá te dejamos un mapa buscador para que te sea más fácil.
Booking.comFiesta de colores, aromas y sabores
En Tarija no hay supermercados. Hay algún que otro mini mercado y muchas zonas que concentran todo lo que uno podría encontrar en un super pero en diferentes puestos, locales o sencillamente mantas en el piso.
Actualmente el Mercado Central está en refacción así que a muchos de los vendedores los ubicaron en las afueras del mercado en puestos sobre las veredas. Afuera uno encuentra el sector de repostería, de abarrotes, verduras y entre medio de todos esos puestos siempre hay alguno que vende una mezcla de todo, que incluye tecnología y celulares. Adentro está el comedor y el sector de flores y las carnicerías.
Como está a solo unas cuadras de la plaza principal está lleno de gente a toda hora y las veredas no dan abasto para contener a los transeúntes. Comprar es bastante caótico porque uno va de puesto en puesto tratando de encontrar el que tiene el precio más bajo.
El Mercado Campesino está a las afueras de la ciudad. Ya habíamos estado en uno de Tupiza pero en el horario de cierre así que no lo habíamos visto en pleno funcionamiento. Al Mercado Campesino de Tarija llegamos a media mañana y lo disfrutamos en su esplendor.
Entramos por una parte en la que hay decenas de puestos de jugos de frutas hechos con leche. (Nos quedamos con las ganas de un licuado de mango con agua.) Y entre medio puestitos con productos que nosotros podríamos encontrar en una ferretería. Después un pasillo con locales de venta de películas, dvd, música –todo copia ilegal- que además venden servicios de baja de ringtones, fondos de pantalla y flasheo de celulares. No quisimos preguntar el costo.
La parte original, la venta de productos provenientes del campo, es un gran galpón repleto de bolsones con productos, en el patio los puestos de frutas y verduras. Nos sorprendió el tamaño de los granos de maíz, de las sandías y papayas y la mayor variedad de frutas que hay con respecto a nuestro país. Resulta que en Bolivia se come muy picante, así que en ninguno de los puestos falta el rocoto.
Mientras las mujeres venden –porque parece que la venta es una profesión exclusivamente femenina- aprovechan para tejer, mandar mensajes con su celular, charlar con sus vecinas, comer y hasta dormir sobre los mismos productos.
Es tan grande y laberíntico que nos perdimos. Es la parte más entretenida de visitar los mercados: no saber dónde uno está y tener que decidir entre meterse a un pasillo, atravesar un puesto o seguir a alguna persona que va a hacia algún lugar. Como todo mercado en Bolivia, hay un sector dedicado a la indumentaria, otro al calzado, el comedor repleto de cocinas y mesas comunitarias.
A unas 15 cuadras, pasando por el sector de mueblerías y productos para el hogar, está El Mercado La Loma que podría entrar en la categoría de centro comercial. Es una nueva construcción que poco tiene de tradicional mercado. Aunque la sección “patio de comidas” (improvisadas cocinas con hornallas y ollas con el menú del día) es infaltable.
Ahí comimos por 12 Bs cada uno y la cocinera nos enseñó cómo hacen la famosa sopa de maní. Nos gusta en maní en todas sus formas, pero no nos animamos a probar la sopa por los 35° C. Pero el señor que comía en la misma mesa que nosotros no solo tomó la sopa que se vende de entrada sino que como segundo plato pidió otra sopa de otra cosa.
Nosotros transpiramos de solo mirarlo. Creemos que se dio cuenta porque al rato nos empezó a hablar y terminamos contándonos las aventuras viajeras de cada uno.
En La Loma se destacan los locales de indumentaria y de algo parecido a perfumerías y artículos para el hogar. Por eso lo que da color a este mercado son las típicas polleras de las cholas boliviana en una gran diversidad de géneros y tonos.
El altiplano tarijeño
Después de varios días en Tarija, de conocer la ciudad y sus alrededor, era hora de partir. Fundamentalmente porque ya habíamos pasado varios días en la casa de Hernán., incluso más de los que le habíamos solicitado formalmente. Pero no sabíamos a dónde.
Se aproximaba el 22 de enero, aniversario de la conformación del Estado Plurinacional de Bolivia. Caía viernes y por el feriado el fin de semana pasaba a ser largo. Hernán y Duygu tenían pensado aprovechar esos días y salir de la ciudad. Como buenos anfitriones nos invitaron a salir con ellos.
El plan era hacer una caminata de dos días por unos senderos precolombinos en la Reserva Biológica Cordillera de Sama, una zona de altiplano donde la altura va desde los 4700 hasta los 1900 msnm. Una región de lagunas, dunas, ríos y balnearios naturales; habitada por cóndores, vicuñas, llamas, flamencos y con sitios arqueológicos como caminos preincaicos, fortalezas y grabados rupestres.
A nosotros todo nos pareció perfecto así que aceptamos, luego de confirmar que el camino era todo en bajada.
Hicimos un recorrido de 20 km de empedrado en dos días desde el poblado de Pujzara a 3700 msnm hasta Pino Sud y parando a dormir en un albergue rural de Calderillas. La experiencia completa conocela en un relato fotográfico con todos los detalles: “El mal llamado Camino del Inca de Tarija”.
Primer couchsurfing boliviano
A la vuelta de la caminata por la Cordillera de Sama, quedamos tan cansados y doloridos que una vez más le pedimos quedarnos a Hernán un día demás. Obviamente aceptó y nosotros en agradecimiento preparamos algo así como un asado.
Sinceramente fue una experiencia muy enriquecedora. Durante una semana, compartimos todas las cenas conversando sobre política, religión, fútbol, viajes y proyectos. Obviamente, siempre en compañía de buenas comidas.
Hernán trabaja en una fundación de origen alemán que ejecuta proyectos vinculados a niños y mujeres indígenas de zonas rurales. Esta experiencia sumada a su formación en política nos permitió conocer –desde su mirada- diversos aspectos sobre la educación, la gestión pública, la organización y los complejos procesos sociales de Bolivia. Gracias a Hernán y la Fundación Pueblo, fue que un tiempo después visitamos Yanacachi, uno de los lugares turísticos de Bolivia que muchos no conocen.
Así nos fuimos de Tarija: con un montón de vivencias y con mucha información para analizar y procesar del país que estamos conociendo.
¿Les pareció linda? Desde acá pueden ver más imágenes de Tarija.
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Me encantó el relato. La semana próxima estaré por Bolivia y me sirve mucho para armar el itinerario. Gracias por compartir. Un abrazo.