Son las cuatro de la mañana, tengo los dedos duros de darle al F5 en una ventana de Chrome, en otra pestaña hay una película de fondo que puse para no dormirme. Suena la alarma del celular. Es hora de cambiar de guardia. Cierro la computadora y dejo el comedor del Hotel Albany. Voy a buscar a Camu a la habitación para que cubra su turno. La despierto y me tiro a dormir, en dos horas le toca a Agustín, el hermano de Camu, en cuatro horas me toca de nuevo a mí. La secuencia se repitió durante tres noches.
El escenario era el peor: un hotel de mala muerte en un barrio oscuro de San Pablo. El resultado también fue el peor: no pudimos conseguir ninguna entrada oficial para ver a la selección argentina en el mundial Brasil 2014, ni en esos tres días previos a los Octavos de Final ni los seis meses anteriores ni en las dos semanas posteriores.
Este fracaso desencadenó al menos dos situaciones. Situación N°1: tuvimos que comprar entradas para Argentina-Suiza de reventa a un valor ridículamente caro. Situación N°2: nos juramos que para la Copa América –y para Rusia 2018- íbamos a intentar comprar entradas desde el primer día, aunque sea tanto tiempo antes que no supiéramos si íbamos a poder ir.
Como pareja estamos atravesados por el fútbol. Que nuestro primer abrazo haya sido gracias a Juan Román Riquelme y su rosca divina debajo de la niebla en 2007 tiene mucho que ver con eso. Nuestro capítulo futbolero tiene puntos salientes como correr desesperadamente por La Habana intentando encontrar un lugar en el que pasen la final de la Copa Libertadores 2012. Sí, en Cuba, país amante del béisbol con casi nulo acceso a la TV por cable. O mojarnos sin parar durante más de una hora para ver al goleador Martín Palermo salvar a la selección (y al Diego) de un papelón histórico. O como hacer 8.000 kilómetros en auto para vivir un mundial desde adentro, transacciones oscuras en barrios bajos de San Pablo incluídas. O simplemente como ir domingo por medio a La Bombonera bajo cualquier circunstancia o condición.
Si bien ya estamos extrañando los domingos de fútbol, estamos en busca de continuar generando hitos futboleros en nuestra historia.
No se qué día de enero de 2015 ya teníamos entradas para ver a Argentina en todos los partidos de la primera rueda de la Copa América en Chile. Dos en La serena, el 13 y 16 de junio contra Paraguay y Uruguay respectivamente y otro en Viña del Mar el 20 de ese mes contra Jamaica. Nuestro gran viaje ya tenía forma, partíamos en marzo y Chile estaba en el horizonte.
La lógica dice que desde Buenos Aires hasta Chile, cuando no es en avión, se cruza por el paso Mendoza-Santiago. Es el camino más directo y el cruce más acostumbrado. Como no solemos hacer lo que dice la lógica, nuestro plan fue arrancar por Uruguay y hacer toda la costa para pasar a Brasil. Ya en Brasil, recorrer un poco el sur, para luego llegar hasta las Cataratas del Iguazú y pasar la triple frontera (Foz, Iguazú y Ciudad del Este). De ahí a Bolivia, cruzando Paraguay. Luego ingresar al norte argentino para desde ahí pasar a Chile. Ahí solo resta bajar hasta La Serena.
En realidad toda esa vuelta sí sigue una lógica: la de poder recorrer todos los países del continente. En caso de comenzar nuestro viaje por Chile, se nos dificultaría mucho pasar por Uruguay.
Como millones de avisos publicitarios escasamente originales nos dicen, el fútbol mueve pasiones. Y las pasiones mueven al hombre. Entonces, decidimos movernos por la pasión para estar la primera semana de junio en Chile. Nuestra idea es llegar varios días antes, así podemos intentar ofrecer nuestros servicios y capacidades (ver Proyecto) a cambio de hospedaje, comida, etc.
Si bien estos primeros meses no estamos viajando a un ritmo rápido, sabemos que no podemos detenernos mucho en los lugares si queremos llegar en junio a Chile. Esto de alguna manera nos limita, porque se necesita tiempo para conectar con los lugares, con las personas, con las costumbres y por el momento no contamos con ese tiempo. No nos molesta porque sabemos que no queda mucho viajando así y porque estar en la Copa América nos motiva lo suficiente como para que sea de esa manera.
Chile estará recibiendo gente de toda América y eso también nos atrae. En Brasil 2014 no nos daban los ojos para ver a gente de todos los países, con sus banderas, tinturas, idiomas, costumbres, cantos, gorros, camisetas. Quedamos fascinados con esa condensación cultural exacerbada. Y queremos volver a vivirla.
También nos gusta la idea de vivir un viaje dentro de otro, de cambiar el ritmo de recorrida, de tener otras prioridades, de sentir esa adrenalina que sentimos en Brasil 2014 (salvando las distancias, ¿no?), de que las condiciones del viaje cambien por estar sujetas al fútbol. Veremos que ocurre con Argentina y en base a eso nos moveremos. Los horarios que importan son los de los partidos. Si nos queda tiempo recorremos alguna que otra cosa. Sino, no.
Después sí, una vez que termine la Copa será tiempo de ir más pausados, sabiendo que definitivamente no tendremos apuro. Sabiendo que si nos gusta un lugar, una zona, un país podemos quedarnos a explorar el tiempo que creamos necesario, sin que la pasión por el fútbol nos mueva, pero sí movidos por otra pasión: la de encontrarnos con otras trayectorias.
A continuación, un video para quien quiera cebarse un poco con lo que vimos en Brasil 2014.
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