Vivimos viajando hace más de dos años. Sí, literalmente. En los últimos 865 días de nuestras vidas el tiempo que nos quedamos bajo un mismo techo fue menos de un mes; y en una ciudad algo más de un mes.
Argentina, Uruguay, Paraguay, Chile, Bolivia, Brasil, Guayana Francesa, Guyana, Suriname, Colombia y Perú. Hasta nos fuimos al medio del Pacífico para conocer Isla de Pascua. Miles de kilómetros. Autos, buses, barco y cada tanto algún avión. Casas de familias, hospedajes, algún lugar que alquilamos. Noches en carpas y en hamacas. Baños de higiene diversa (o sin ella).
Fue la vida que elegimos hace más de dos años y la seguimos eligiendo. Hicimos cosas que nunca habíamos hecho en treinta años de vida: viajar a dedo, salir a vender comida por la calle, dormir en el jardín de un desconocido, trabajar para nosotros mismos con nuestras reglas, dar charlas motivacionales en escuelas, intercambiar lo que sabemos hacer por lo que necesitamos sin que medie el dinero, descender por la pared de un edificio con unas cuerdas, comunicarnos con personas solo a través de la mirada o algunas señas. Y es solo una enumeración aleatoria de cosas que se viene a la cabeza.
No son cosas de 15 días al año. Son cosas de todos los días porque la vida que elegimos es la de tener nuevas experiencias, animarse a cosas distintas, la de huir al acostumbramiento, la de desestructurarse, la de cuestionar los planes rígidos.
Es la de forzarnos a salir de la zona de confort cuando nos empezamos a sentir cómodos y al mismo tiempo buscar hacer solo lo que queremos hacer cuando tenemos ganas y como tenemos ganas.
Después de dos años alcanzamos una cierta comodidad. Ya estamos seguros que podemos trabajar como nómadas digitales con nuestras computadoras (y, principalmente, a partir de nuestros conocimientos y experiencia en el área de la comunicación).
Vivimos viajando porque sabemos que podemos trabajar desde el lugar que elijamos y sabemos que tenemos que trabajar en función de la vida que queramos vivir.
En el momento en el que estábamos alcanzando un (nueva) zona de confort nos llegó una propuesta.
Estábamos en Suriname y teníamos que decir sí o no a:
- volver a Bolivia (lugar donde ya estuvimos 5 meses) a un pueblo, en donde ya estuvimos 1 mes.
- movernos hacia el sur (aunque nuestro plan es ir hacia el norte para algún día llegar a Alaska)
- trabajar en algo totalmente desconocido (como es la administración de un hotel cuatro estrellas en el medio de un pueblo)
- hacernos cargo del proyecto de otras personas (con la responsabilidad que eso implica)
- estar quietos cuatro meses (¡cuatro meses!)
Dijimos que sí.
Hace ya un mes que estamos viviendo en San José de Chiquitos, en el oriente boliviano a menos de 400 kilómetros de la frontera con Brasil y estamos disfrutando de lo bueno de quedarse quietos un tiempo en un lugar.
Conocer mucha gente y establecer relaciones a largo plazo
Estábamos acostumbrados a conocer a personas nuevas todo el tiempo, principalmente gracias a Couchsurfing. Pero en casi todo los casos compartimos tres o cuatro días y en raras ocasiones una semana; porque siempre nos estamos yendo a otro lugar. Ahora, en cambio, estamos a cargo de un equipo conformado por 15 personas con quienes, prácticamente convivimos; así que tenemos una nueva familia.
Aprehender otra forma de vivir
No se trata solo de conocer, sino de experimentar realmente viviendo una forma de vida particular, propia de San José de Chiquitos. Los códigos de comunicación son muy distintos: nos dicen Don Mariano y Doña Camila, si tuteamos queda mal, cuando decimos “lluvia”, “amarillo”, “llamar” o cualquier palabra con “doble L” no entienden nuestra pronunciación (algo así como “ssshhh”). La organización del tiempo es muy distinta: todo empieza temprano y termina temprano y al mediodía muere todo, cierra la que te vende el pollo, el que te vende la leche y el lugar de las bebidas; los domingos no se carnean vacas, no existe el “llegar tarde” o el te “dejé plantado”, simplemente son cosas que pasan. También está el temita de las costumbres de la vida en un pueblo: la figura del alcalde es algo así como un superdiostodopoderoso que siempre está presente pero no se sabe bien por dónde anda, las misas son sagradas (sí, claro), el de la esquina le contó al que trabaja en el banco que es el primo de la vecina que cuida al nene de la señora de enfrente…
Participar de la vida cultural y social del pueblo
Ahora no solo estamos de paso y coincidimos de casualidad con algún festival o acontecimiento social. Ahora estamos todos los días en el mismo lugar y nos posibilita involucrarnos en las fiestas, los eventos, las ferias, y también en los acontecimientos cotidianos, en los problemas, en lo que hace falta mejorar.
Sin querer y sin planificarlo, pasamos a formar parte del Comité organizador del Koriteé, una fiesta cultural mensual. Todos los meses se organizan actividades culturales como presentaciones musicales, danzas y exposición de trabajos artesanales, para fortalecer la cultura chiquitana, esa que es resultado de la mezcla de cultura de los ayoreos, los guarayos y los jesuitas que llegaron a esta región a evangelizar.
Compartir nuestros aprendizajes
En general cuando llegamos a un nuevo lugar y conocemos gente nueva, somos nosotros los curiosos: queremos saber cómo viven, de qué trabajan, cuáles son las cosas lindas de ese lugar, cuáles son los problemas. Ahora tenemos la oportunidad de compartir nuestras experiencias viajeras en el resto de los países de Sudamérica con personas que solo conocen San José de Chiquitos o la región cruceña de Bolivia y contar que, a pesar de las fronteras y las diferencias, en todos los países que estuvimos nos recibieron espectacular.
Disfrutar del sedentarismo ocasional
Guardar la ropa en cajones, dejar el cepillo de dientes en un vasito, colgar la toalla en el baño, secarse con toallas de tela de toalla (y no sintética), ir al gimnasio, tener una alimentación más (o menos) equilibrada, tener un baño al que limpiamos como queremos, tener varios libros en la mesa de luz, tener mesa de luz y…, la verdad, no muchas cosas más; por algo elegimos el nomadismo 🙂
Todo los días nos damos cuenta de que estamos enfrentando un nuevo desafío. La zona de confort se limita a los cómodos colchones en los que dormimos. El resto es incomodidad pura, de esa que nos hace aprender a cada minuto y nos permite sentirnos plenos.
Queremos vivir viajando y quedarnos quietos cuando tenemos ganas de hacerlo.
Muy buen post, leerlo me anima a dejar mi vida sedentaria, ya empecé en Tarija. Saludos
¡Vamos David! Hay que animarse. Además Tarija es hermoso. Gracias por compartir con nosotros. Abrazo