“Desde niña chica me dediqué a trabajar la lana. A los 12 años empecé a trabajar la lana y después seguí trabajando. Me casé, cuidé a mis niños y seguí trabajando la lana.” Esto dice Zulema Mansilla, de 64 años, tejedora.
Estamos en la Feria Artesanal de Dalcahue, en la mágica Isla de Chiloé. Un domingo de primavera algo soleado, a la isla el calor aún no llega. El viento y el frío favorecen a que los visitantes se tienten con algún producto, 100% artesanal, de lana de oveja que ofrecen las decenas de artesanos en sus puestos.
Zulema Mansilla está sentada en un balde dado vuelta, lo usa de banqueta (eso que los chilenos llaman piso); no tiene un stand. Conversa con “una amiga, mi vecina”. Las dos tienen sus productos sobre una manta. Su vecina es más tímida. Cuando les propongo hacer una entrevista a las dos, Zulema es la que “negocia” y su amiga se da media vuelta a hablar con otra artesana.
A cambio de su testimonio me voy a llevar alguna de sus creaciones “porque quienes nos hacen entrevistas se llevan los productos para mostrar cuando vuelve a su casa”. Para mi es difícil explicarle que después de Chiloé no vuelvo a Argentina y que no puedo llevar “un recuerdo a la familia” porque no voy a ver a nadie. Pero estoy de acuerdo con la condiciones así que elijo una bufanda. (La que tenía la perdí hace meses atrás en un bus y como estamos camino a la Patagonia me va a venir bien una nueva).
No es la primera vez que la entrevistan. Sabe por qué quieren entrevistarla, sabe qué decir y lo dice orgullosa. “Me gusta hacer esto: trabajar e innovar con la lana. Probar distintas maneras, hago distintas cosas. Hago telar, trabajo palillos.”
Unos segundos de silencio y antes de la pregunta, dice: “Me gusta trabajar algo delicado para que la gente cuando lleve una prenda sea bien delicada y lleve a gusto. No me gusta trabajar cosas ordinarias.”
Ahora sí le pregunto cómo es el proceso de trabajo. “Primero hay que esquilar la oveja, después hilar, enmadejar, lavar y después seleccionar lo que es para teñir y lo que es para blanco. Después tejo, después vuelvo hilar. Porque yo también soy dueña de casa, tengo que hacer todas las cosas de mi casa.”
Y agrega: “La lana se la saco a la ovejitas; la hilo, la dejo limpiecita y empiezo a trabajar. Tiño con raíces, tiño con hojas, con todo lo que es natural. No con tintas.”
Dice que tiene muy poquitas ovejas y le creo. El paño que está en el suelo tiene solo algunos productos. Seis bufandas (en pocos minutos van a ser cinco), dos mantas grandes, un poncho y “una chalina”, además de varios ovillos de lana bien grandotes y perfectamente redondos (me los quiero llevar todos).
Tiene pocas ovejas, mucho trabajo en su casa y después me acuerdo que justo estamos en época de esquila, así que pienso que quizá todavía no le sacó la lana a todas sus ovejitas y por eso tiene poco material para tejer.
Cuando negociamos la entrevista y acordamos que iba a comprar una bufanda de $3000 CLP, me llamó la atención el precio por lo barato –algo más que u$s 4 para tener una referencia-. En Chiloé, los folletos turísticos aconsejan a los visitantes que no rebajen los precios de los productos que compran directamente a los artesanos. Nunca negocio un precio con un artesano y siempre me pregunto –y les pregunto- cuál es la inversión de tiempo que les lleva cada uno de sus productos.
A Zulema Mansilla le pregunté cuánto tiempo le lleva tejer la manta más grande que tenía a la venta. “Unos tres o cuatro meses preparar todo lo que es lana con el uso –eso con lo que se pinchó la Bella Durmiente- y de ahí voy seleccionando la lana, lo que me da para telar, telar, y lo que me da palillo, palillo. Una bufanda, en el día se puede hacer dos, si uno se dedica.”
Dice que solo vende en la Feria Artesanal de Dalcahue, sin dudas la mejor de Chiloé porque es donde se encuentran los productos artesanales con sus productores al lado, casi no hay revendedores. “Cuando uno está aquí aprovecha a tejer para no aburrirse. Solamente vengo el día domingo –en temporada baja es el único día que hay turistas a quienes venderles-. En enero y febrero los días de semana también.”
Después recuerda: “De repente, cuando me invitan a una feria también voy a trabajar. Voy a la feria del pueblo.” Porque Zulema no vive en Dalcahue. Es nacida y criada en Curaco de Vélez, un pequeño poblado de la Isla de Quinchao, justo en frente.
Mientras conversamos teje a dos palillos. “Voy a hacer un poncho. Lo hago distinto a los otros” me contesta muy firme. Creo que quiere remarcar lo que me dijo anteriormente: ella no teje prendas ordinarias. Sus productos son originales. Me explica el cómo, como si yo fuera a tejer un poncho alguna vez. “Se hacen dos cuadrados, después se une con crochet. Bien suavecito.”
Después de unos minutos de conversar, Zulema –que conoce los tiempos de una entrevista- dice lo que tiene que decir para terminar: “Disfruto mi trabajo y también la persona que lo compra porque lleva algo que le gusta. Un trabajo que yo misma lo hago.”
Yo me fui con la bufanda contenta, fundamentalmente por la sonrisa de Zulema en cada respuesta que daba.