Conocimos El Alto sin saber que era una ciudad propiamente dicha; fue desde una ventana de un bus con destino a La Paz, la (no) capital de Bolivia (Interesante leer sobre Las Capitales de Bolivia). El paisaje dejó de ser campo. Todo era llano, entre verde y marrón, y todo pasó a ser del color del ladrillo.
Mucha construcción de dos o tres pisos a cara lavada. Mucha gente en la calle. Si, en la calle. No en la vereda o no solamente en la vereda. Mucha bocina, tráfico y bullicio. Para nosotros estábamos en “las afueras” de La Paz o en algún punto alejado del centro de la ciudad.
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De repente, el paisaje cambió. No la edificación ni el caos vehicular. Por la ventana divisamos La Paz y entendimos a qué se referían los bolivianos cuando hablaban de El Alto.
Allá abajo era La Paz, en un valle o algo así (no entendemos nada de accidentes geográficos). Y nosotros estábamos en El Alto; ni a las afueras ni más o menos lejos del centro de la ciudad. Estábamos en otra ciudad totalmente distinta a La Paz.
Pero de todo eso nos fuimos enterando con el correr de los días.
Subir a El Alto
Un vez instalados en La Paz, a El Alto lo mirábamos desde abajo.
Entre La Paz y El Alto hay continuidad pero también hay quiebre. Y literal. Desde la avenida principal de la capital departamental todo es pendiente hasta que 5 km después todo se vuelve plano. Una vez arriba, la sensación desde ahí es como la de estar al borde de un precipicio.
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Desde abajo, donde estuvimos casi siempre, la impresión es ambigua: está muy cerca y está muy lejos a la vez.
A los pocos días de llegar, cuando todavía era un incógnita, subimos.
La mejor forma de ir a El Alto, desde hace unos años, es en teleférico; sin dudas el mejor transporte público que puede existir en ciudades con esta geografía en pendiente. (Lo experimentamos en Medellín, lo comprobamos en La Paz).
Hay dos líneas que van a El Alto, la Amarilla, desde el barrio de Sopocachi, y la Roja, hacia el otro lado de la ciudad donde está la vieja estación de tren.
La primera vez fuimos por la Amarilla, desde la Estación Sopocachi hasta Mirador, con una estación intermedia. 15 minutos por 4 Bs. Nuestros amigos paceños dicen que en colectivo/trufi/taxi podés tardar una hora o más. Pero no lo comprobamos.
Pero volvamos al teleféricos. Para nosotros, que venimos del llano, el paisaje desde el teleféricos es un espectáculo. Cual niños con la nariz pegada al vidrio, moviéndonos de un lado a otro para no perdernos nada. No pudimos nunca dejar de maravillarnos.
Los Paceños y Alteños ni se inmutan. Viajan callados y a nosotros nos miraban raro por sacar fotos desde todos los ángulos posibles.
La gente (o alrededor de 5 personas con las que trabajamos en La Paz) dice que al momento de la construcción se presentaron muchas quejas de los propietarios de las casas que quedaron debajo de los cables porque perdían su intimidad.
Tienen un poco de razón: ves la ropa, las ventanas, los autos, la basura, el desorden. Todo lo que queda entre muros a nivel de la calle, desde el teleférico queda al descubierto. Pero los beneficios para una gran cantidad de población son muy grandes. Y, al fin y al cabo, los únicos que miramos para abajo somos los que estamos de paso.
Una vez en El Alto
Una de las principales características de El Alto es el caos. La otra es la ciclotimia.
Los autos no avanzan. En las calles se camina. En las veredas andan las motos. En los postes de luz hay muñecos de trapo con carteles del tipo: “Ladrón pillado será quemado”.
El sol quema. Y después las nubes cubren todo. El cielo celeste pasa a ser negro. La gente corre, sacan los paraguas y se les vuela, se refugian en algún techo, los que están motos aceleran para llegar a destino. Los pozos de las calles se inundan. La lluvia se convierte en granizo en cuestión de segundos y al cabo de pocos minutos todo terminó.
Y cuando pensás que nada más te puede sorprender mirás al frente y te das cuenta que las nubes se fueron y el Illimani está ahí, imponente. Siempre nevado, aunque sea pleno verano.
Pero eso no es todo. Porque si mirás a la izquierda, la Cordillera Real está ahí custodiando lo que acontece a más de 4000 msnm. Así de intenso es El Alto.
La Feria 16 de Julio
Dicen que es la feria más grande de Sudamérica o de Latinoamérica. Dicen que es imposible recorrerla toda en un solo día. Lo que podemos decir nosotros es que es una verdadera experiencia sensorial, tan intensa como El Alto.
La primera vez que subimos para ir a la feria terminamos en la comisaría porque a Mariano “le desapareció” la billetera en el patio de comidas de la estación del Teleférico. Así que suspendimos la visita y la reprogramamos.
La segunda vez fue distinta. Con un poco más de precaución tomamos la línea roja del teleférico poco antes del mediodía. Suelen armarse colas muy largas para subir así que calculamos ir antes de la hora pico.
Al lado de la estación, encontramos un comedorcito con una improvisada mesa en la vereda. Mientras almorzamos empezamos a disfrutar de la feria.
Definitivamente es un espectáculo visual. Ver la cantidad de gente pasando por lugares que es imposible que pase algo, tratando de encontrar algún lugar libre en el suelo donde pisar, esquivando a las cholas que siempre cargan algo en la espalda o a los carritos que transportan mercadería de un punto a otro.
Una vez que terminamos de almorzar, dijimos: “Ahora nos toca a nosotros”. Ajustamos las mochilas, preparamos la cámara de fotos y nos entregamos a la muchedumbre. El espectáculo pasó a ser mucho más corporal.
Para recorrer la Feria 16 de Julio no hay que tener demasiado plan sino dejarse llevar por la marea humana. En la feria no hay organización, los puestos no están ordenados por sectores, por momentos no hay puestos solo una lona tirada al suelo y las cosas ahí.
Se podría hacer una columna especial del “tuttifruti” al estilo “Cosas que podés encontrar en la Feria 16 de Julio de El Alto”. Y cualquier cosa que se te venga a la cabeza va a estar bien. Para cada letra seguro hay una cosa que se vende ahí.
Autopartes. Animales vivos. Animales muertos. (Partes de animales.) Basura. Cacharros. Electrodomésticos. Felpudos. Frutas. Gatos. Gallos. Gallinas. Helados. Heladeras. Hierbas. Informática. Jabones. Luces. Maderas. Ollas. Parlantes. Perros. Polleras. Plantas. Quesos. Ropa usada. Ropa nueva. Ropa blanca. Remedios. Sábanas. Toallas. Televisores. Verduras. Videojuegos. Yuyos. Zapatos y zapatillas.
Todo lo que ves, te lo ofrecen tres o cuatro veces, desde antes que llegues al puestito hasta después de haberte alejado de ahí. Y mientras uno te está hablando ya te empezó a hablar otro vendedor.
Es imposible no caer en las redes de las estrategias comerciales de los vendedores de El Alto. Nosotros nos llevamos unas medias, el PES 2016 para computadora, unas películas que nunca funcionaron y una copa de crema (eso se lo llevó puesto Mariano).
Los mal llamado cholets o la nueva arquitectura andina
En El Alto todo es naranja. Más que en cualquier otra parte de Bolivia. Porque allí hay más construcciones a ladrillo pelado sin revestimiento que en cualquier otra parte del país, donde predomina el adobe. Es una cuestión estadística: viven un millón de personas.
Personas que antes vivían el campo y que hace unas décadas se trasladaron a los alrededores de La Paz en busca de otras condiciones de vida, un poco menos extremas y austeras que las que ofrece el campo. Personas que son aymaras. Es decir, parte de un pueblo que históricamente habita en el altiplano. Campesinos aymaras que se volvieron comerciantes importadores a partir del auge económico que vivió Bolivia desde el año 2006 gracias a los ingresos que trajo la exportación de gas, con la consecuencia de su inserción en el comercio internacional.
Entonces pasó que entre en medio de ese escenario naranja de las casas con ladrillos comenzaron a emerger los colores. Y surgió, de la mano del constructor aymara Freddy Mamani, lo que se conoce popularmente como los cholets.
Son casas de una arquitectura y decoración particular. A nivel de construcción, tienen varios pisos; llegan hasta los seis o siete. En la planta baja están los locales destinados a la venta comercial del rubro que se quieran imaginar. La mayoría son importaciones que llegan desde China. Van los comerciantes, eligen sus productos, llenan un contenedor, lo mandan hasta alguno de los puertos en Chile y después llega en camión hasta El Alto.
Después, en el piso siguiente está una de la viviendas, después otra, y en el otro nivel, otra; porque son viviendas multifamiliares. Después se pone más interesante. En el cuarto o quinto piso está el salón de fiestas. ¡Y que salón!
Salones preparados para recibir desde 500 personas (los más chicos) hasta 2000, con dos niveles, un gran espacio de baile en el centro, barra en la parte de abajo y barra en la parte de arriba, luces y lucecitas de diferentes colores que contrastan con los colores de las paredes y columnas, muchas columnas, arañas traídas de China que parecen las que decoran los grandes teatros del Siglo XIX. Todo decorado con un estilo propio de la cosmovisión aymara.
Tanto adentro como afuera, la paleta de colores elegidos es la de los aguayos, la típica manta andina, con los colores fuertes y contrastantes; los colores de la pachamama y formas que simbolizan a sus dioses: el sol, la serpiente, la luna.
El salón que visitamos nosotros se llama Imperio del Rey, los otros conocidos son Mega Zafiro, Glamour y Gigante Isabel I. Son escenarios de fiestas en las que se gasta todo, todo lo que la familia ahorró para esa ocasión especial. En los casamientos, los invitados regalan cajones de cervezas o decenas de botellas de vino. Georges Bataille se daría una panzada analizando esta expresión cultural desde su concepto de gasto improductivo.
Bajar de El Alto
En La Paz estuvimos un mes y visitamos El Alto dos veces, aunque cada vez que salíamos de la ciudad, lo atravesábamos. Y cada vez que lo veíamos había algo que nos llamaba la atención.
Pero a pesar de todo lo que genera, para nosotros El Alto está bien para ir de visita. Sinceramente, no nos imaginamos quedándonos ahí por unos días, mucho menos por más tiempo.
El Alto es una excelente combinación con La Paz; pero es más sucio, más frío, más peligroso, más caótico, más ruidoso, más turbulento que La Paz. Por eso para nosotros al El Alto se sube y después se vuelve a bajar.
Y también porque el descenso en teleférico al atardecer es el cierre perfecto después de haber pasado todo el día a más de 4000 smnm.
¿Qué hacer en El Alto?
Además de recorrer la Feria 16 de Julio y conocer la nueva arquitectura andina, El Alto tiene otras atracciones.
- Rappel urbano desde el Faro Murillo. La actividad la organiza la Dirección de Turismo del municipio. Nosotros estábamos a punto de subir cuando una tormenta de granizo nos sorprendió y la tuvimos que suspender. Para los que les gusta la adrenalina es una muy buena opción para subir unos metros más arriba (subís por escalera así que hay que rezar para que no se te acabe el oxígeno). Y si llegás, probablemente te quedes sin aire por la gran vista de La Paz desde esa altura. Si tenés suerte, al frente vas a tener al Illimani mirándote.
- Como todo el comercio en Bolivia, cada rubro tiene su lugar. Frente al Faro Murillo están asentados los Yatiris. ¿Quiénes son? Los maestros, consejeros y curanderos aymaras. Como nosotros no solemos experimentar con la espiritualidad ni siquiera nos acercamos a conversar (no vaya a ser que nos digan cosas que no queremos escuchar). ¿Qué hacen? “Leen la hoja de coca o te tiran las cartas para aconsejarte en tu camino” (las comillas son nuestras porque no podemos no ponerlo entre comillas). Es una práctica muy común en La Paz y El Alto, y más allá de la comercialización de la espiritualidad, el origen es una práctica ancestral. El que se anime, ya sabe donde encontrarlos.
- La cholitas luchadoras. No sabemos el origen ni la razón pero en todas las ciudades del altiplano boliviano la gente se agolpa en la puerta de los comercios que están transmitiendo peleas de “lucha libre” es sus televisores. La cuestión es que, tampoco sabemos cómo ni por qué, se formó (no sabríamos quién o quiénes) un espectáculo de mujeres pelando al estilo catch wrestling vestidas como las típicas cholas. Nosotros no fuimos pero recibimos en varias oportunidades los folletos promocionando esta actividad que, justamente, es en El Alto. Así que si escuchan algo como “cholitas voladoras” es que se están refiriendo a esta actividad.
- Los edificios whipala: Solo los vimos por fotos porque sinceramente no sabemos ni dónde están. Pero nos hubiera gustado saberlo cuando estuvimos en El Alto así que buscamos algo de información para compartirla. La cuestión es que hay unos edificios de viviendas sociales que fueron inaugurados en 2016 y que están intervenidos con murales del artista Mamani Mamani, que no es el Freddy Mamani de los Cholets. Lo aclaramos porque puede generar confusión. Quien sí visitó este condominio fue Esteban Mazzoncini y lo cuenta en su blog.
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Como opinión personal se respeta sin embargo, creo que la forma como se expresan de un lugar no es amable y con 2 días de visita tampoco se podría describir a un sitio tan grande, les falta inteligencia emocional. Por ejemplo India es caótica pero la riqueza esta en otras cosas. Mira la belleza en la imperfección eso es viajar.
Hola, no nos queda claro por qué decis que el relato no es amable. Ni mucho menos de dónde sacas que pensamos y decimos que El Alto no tiene una riqueza por descubrir. Lo que si coincidimos es que en mirar y atender las imperfecciones es parte de viajar, por eso justamente escribimos sobre El Alto con el objetivo de darlo a conocer y compartir nuestra experiencia con nuestros lectores.
Esta crónica, sobre El Alto,me ha parecido excelente, estuve en 2015 en Bolivia y varias , muchas veces tuve que subir a El Alto, por asuntos de trabajo. Lo que haz narrado me ha recordado mucho ese viaje. Tengo un belleo recuerdo de los viajes en Teleféricos, el Rojo y el Amarillo, pero el que más me gustó fue e Rojo.
Aurora, gracias por compartirnos esto. Nosotros también tenemos un lindo recuerdo de El Alto y los teleféricos. Un abrazo.
me toca ir a EL ALTO, en unas semanas ni apenas pueda les cuento
Que bien! Éxitos y que la pases lindo!
Muy Buena reseña, yo conozco La Paz y también El Alto, me pareció un lugar horrible para vivir, sobretodo El Alto, me pareció una ciudad de Mongolia pero sucia, caótica, desordenada y lúgubre por sus edificios pelados y su clima horriblemente gélido mas la gente hacen un lugar que no volvería nunca mas en mi vida.
Te entendemos, nosotros si volveríamos, pero siempre de paso! No fuimos a Mongolia, pero nos generaste curiosidad, lo tendremos en cuenta.
Buena reseña !!!
Gracias Jorge!
Muy buen reportaje, quedé atrapado en en la narración, sigan así!
Saludos desde Buenos Aires.
Que bueno Adrian, gracias por tus palabras. ¡Seguiremos así!