¿Por qué seguimos tan firmes con nuestra idea de viajar durante el embarazo? La respuesta es sencilla. Hace más de 10 años que somos compañeros de vida y las ganas de tener un hijo surgieron después de dos años de vivir viajando. Entonces la pregunta tendría que ser: ¿Cómo no viajar durante el embarazo si viajar es nuestra forma de vida?
Les vamos a contar algunas intimidades. Nos embarazamos en Buenos Aires, cuando fuimos a pasar las fiestas de fin de año. Era una visita por Argentina, con pasaje de ida y pasaje de vuelta. Llegábamos y 90 días después nos íbamos del país para recorrer otros países, como lo venimos haciendo hace tres años.
El 7 de febrero de 2018 retornábamos a Lima para continuar con nuestro recorrido por América del Sur: norte de Perú, Ecuador, Colombia y Venezuela. Esa era la idea en noviembre de 2017. Pero bueno… vieron que en esto de vivir viajando la planificación resulta ser un poco imprecisa.
Nos embarazamos apenas llegados, sabiendo todo lo que acabamos de contar. ¿Lo planificamos? Sinceramente no planificamos cuándo embarazarnos. Pero sí en ese momento sentimos que estábamos preparados para empezar una nueva etapa. Después, nuestra biología resultó ser poco vueltera.
Volvamos a la respuesta… aunque tenemos que viajar en el tiempo hacia atrás.
Hace cinco años, no estábamos preparados; aunque en términos de “etapas de la vida” podía pensarse que era el momento: alrededor de 30 años, habíamos terminado las carreras universitarias, teníamos un trabajo estable, nos habíamos comprado un departamento y teníamos un auto para movernos en familia.
No se trataba de “falta de deseo”. Sentía que quería ser madre en algún momento: tener la experiencia de la gestación de una vida (en caso de ser posible biológicamente), de compartir nuestra vida en pareja con un/una hij@, de ofrecerme y entregarme enteramente a esa nueva vida, de conocer esa forma de amor, acompañar el crecimiento y desarrollo de un/a niñ@ y fundamentalmente de aprender de esa experiencia. Pero sentía que yo tenía poco para enseñar, que había vivido durante 30 años de una forma que era la única que conocía. Y sentía que necesitaba conocer y experimentar otras realidades antes; antes de pensar en la posibilidad de ser madre. Con solo pensar eso, la idea desaparecía rápidamente de mi cabeza.
Ni les cuento Mariano. Una vez me acuerdo que se lo pregunté directamente. Habrá sido durante esos segundos en que la ocurrencia de ser madre surgía. “¿Te gustaría tener un hijo conmigo?”. “Sí”, escuché. Sonreí y quedó ahí. Me puso feliz. Tanto que se los conté a mis amigas por WhatsApp a los pocos minutos. Me puso feliz saber que estábamos en la misma (aunque no fuera por las mismas razones).
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Pasada la barrera de los 30, entré en una crisis profunda en relación a la vida que estaba llevando. Hacía y tenía todo lo que siempre había soñado, pero no era feliz. Nada de lo que hacía me generaba satisfacción, por el contrario todas mis acciones estaban más vinculadas a “calmar” la angustia que a cualquier otra cosa. Acciones de todo tipo como empezar terapia, comer, dejar de comer, viajar lo más posible a donde sea por el tiempo que se pudiera, cambiar el auto, cambiar de trabajo, comprar cosas por comprar, dormir lo más posible.
La angustia me desbordaba día a día y cada mañana era un suplicio levantarme de la cama. Algo muy parecido a la depresión, que por alguna fuerza interna más el apoyo de los que me rodeaban, nunca llegó a profundizarse. En ese contexto, ser padre no solo que no era una opción real sino que pensarlo me aumentaba la angustia. Cuando iba a trabajar y me cruzaba con padres o madres dejando a sus hijos en la escuela me invadía una sensación horrible. Un dolor en el pecho que no podía explicar. Cuando un compañero de trabajo tenía un hijo, pensar que iba a tener dos días de licencia por paternidad me dejaba totalmente desesperanzado. Yo me imaginaba en esas situaciones y no me cerraba por ningún lado. Obviamente era un problema mío, que me iba a llevar años (y decisiones) resolver.
Yo sabía que quería que Camu sea la madre de mis hijos, pero claramente no era en ese momento ni en ese contexto.
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Los dos sabíamos que queríamos agrandar la familia que formábamos hasta el momento, pero en otro momento. Ninguno de los dos estaba preocupado por cuándo. Confiábamos en que nuestros tiempos iban a sincronizarse -y seguimos confiando en eso, en cualquier aspecto-.
Cuando en el 2013 comenzamos a poner en palabras que necesitábamos un cambio en el estilo de vida que llevábamos, todo pensamiento relacionado a bebés, pañales y jardín maternal, quedó anulado.
En ese momento “el cambio” no tenía forma. Un segundo duró la idea de mudarnos a otra provincia de Argentina para cambiar de aire. Pero la idea de viajar, aunque sea durante un año por algún lado -en ese momento no había itinerario- se instaló cómodamente en nuestra cabeza (porque ahí se supone que se alojan los pensamientos ) y allí se quedó.
Lo que vino después lo contamos varias veces en El primer paso de un viaje de mil millas (podés leerla después de este enlace) en los videos “Acompañanos” y “No dejamos todo” (los dejamos abajo de todo para cuando termines de leer).
Fue después de haber vivido durante casi dos años viajando por Uruguay, Paraguay, Bolivia, Chile, Brasil y Guayana Francesa cuando volvimos a poner en palabras ese deseo de ser mamá y papá. Estábamos en Suriname y teníamos que decidir si aceptábamos un trabajo en Bolivia por cuatro meses. Esa decisión implicaba no solo volver al sur -cuando se supone que nuestro itinerario es hacia el norte para recorrer todo el continente-, también implicaba posponer algunos otros proyectos, entre ellos la empezar a buscar un bebé (amo la expresión de “buscar un bebé”, una combinación de ternura y ridiculez en iguales proporciones ).
En esos días de listas con pros y contras, aparecieron preguntas que nunca nos habíamos planteado en palabras: ¿Cómo se empieza un proceso para buscar un bebé?, ¿Dónde nos conviene embarazarnos?, ¿Dónde es mejor parir?, ¿Qué necesitamos para tener un hijo?. Hasta hicimos una lista con los algunos items: el único que estaba con el tilde hasta hace 5 meses era el de “ganas”. Los otros puntos que pusimos en la lista fueron: fertilidad, un auto -o similar para viajar movilizados- y no tener ninguna deuda. El que tachamos ahora fue el de fertilidad -evidentemente no es algo que nos falte-. Los otros dos siguen ahí y nosotros ya nos embarazamos 🙂
Lo que pasó antes de esa charla en Suriname es que habíamos comprobado que podíamos y queríamos vivir en movimiento. No se trató de un año sabático o de hacer un corte o empezar de cero. Nos transformamos para concretar el proyecto de una vida itinerante y pasó a ser nuestro estilo de vida. Emprendimos laboralmente un modelo de trabajo en el que combinamos nuestra pasión por la comunicación, nuestra experiencia en viajes y las ganas de poder trabajar desde cualquier lugar con la computadora e internet y las ganas de relacionarnos con el contexto -los lugares y las personas- desarrollando proyectos laborales a nivel local.
Toda esa experiencia de vida itinerante a cada uno lo potenció en sus habilidades y capacidades y nos fortaleció como pareja, porque nos motivó, nos entusiasmó, nos desafió. Y nos sentimos con unas “ganas incontrolables” de ser madre y ser padre. (Mentira, también quedó ahí esa charla, pero teníamos la convicción que no faltaba mucho para ese momento).
Lo que pasó después de esa charla en Suriname es que decidimos aceptar el trabajo en Bolivia. Y para llegar a Bolivia decidimos ir hasta Lima para tomarnos un avión. Y averiguando pasajes pensamos: “Ya que vamos a estar tan cerca de Argentina ¿por qué no aprovechamos y vamos de visita para las fiestas?”. Y así sacamos un pasaje Lima-Santa Cruz de la Sierra- Buenos Aires – Lima. Además solo teníamos que hacernos cargo de la parte de ida a Bs. As. porque el tramo de Perú-Bolivia-Perú era parte del acuerdo de trabajo, por lo que nos salía muy económica esa escala en Argentina.
Por eso el 7 de noviembre de 2017 llegamos al aeropuerto de Ezeiza sabiendo que el 7 de febrero volvíamos al mismo aeropuerto para irnos nuevamente. Era una visita para llenarnos de amor (y de comida) y para retomar esos proyectos que habían quedado en suspenso por el trabajo de Bolivia en un hotel de San José de Chiquitos.
En Argentina, nos registramos como trabajadores independientes, contratamos una cobertura de salud temporaria para encarar algunos controles que habían quedado pendientes por nuestra vida en movimiento y nos relajamos. Tanto que a los pocos días nos embarazamos. Y un mes después nos enteramos… (o nos dimos cuenta; aunque no se bien cómo decirlo porque por un lado lo supusimos pero al mismo tiempo alguien nos confirmó la noticia). Ahí empezó otra etapa.
Entonces, la pregunta “¿Vamos a salir a viajar durante el embarazo?” nunca existió. Claro que existieron muchas otras: ¿Qué vamos a hacer? ¿Cómo vamos a hacer?
Decidimos esperar a la primera ecografía (después de las 8 semanas) para contarles a nuestros papás, mamás, hermanos y hermanas. En ese momento sí aparecieron algunas preguntas -de parte de ellos- pero… al toque se dieron cuenta que aunque nosotros no sabíamos exactamente qué y cómo lo íbamos a hacer, teníamos en claro que lo íbamos a hacer. Porque la pregunta es: ¿Cómo no seguir viajando ahora que estamos embarazados?
Fue el estilo de vida itinerante el que nos motivó a tomar la decisión de encarar el nuevo proyecto: el de dar vida y compartir nuestro estilo de vida. Así que no había mucho más para agregar. Con esa certeza, nos reacomodanos. Nos encantan los cambios y si hay algo que desarrollamos en estos tres años fue una gran capacidad de adaptación.
Cambiamos la fecha del pasaje y pospusimos la partida de Argentina hasta pasado el primer trimestre de embarazo. Hicimos todos los estudios que el sistema de salud argentino recomienda en relación a la maternidad, conversamos con varios obstetras de nuestro plan y armamos un calendario con todo lo que nos indicaron de estudios, análisis y controles que nos teníamos que realizar en las próximas semanas -y meses-. Empezamos a pensar el itinerario con el embarazo como prioridad.
Cumplidos los tres meses, extendimos la novedad a amigos y amigas, tíos y tías, primas y primos y a las abuelas de Mariano. Cuando a ellos le dimos la noticia, la fecha de viaje estaba confirmada así que no había dudas de cuál era nuestra postura en esta nueva etapa de la vida.
El 16 de marzo, después de cuatro meses en Argentina, volamos de Bs.As. a Lima, Perú. Fue la primera vez que dejamos que nuestros papás y mamás se vieran entre sí planificadamente. (¡Lo que hace un embarazo!).
Nos subimos al avión con muchas menos incertidumbres que el día que nos subimos al barco que nos llevó de Argentina a Uruguay hace tres años. Decidimos retomar nuestro recorrido por América del Sur hasta el día que tengamos ganas de regresar. Sí, vamos a volver a Argentina a parir.
Es una de las pocas cosas que definimos con tanta anticipación. Y aunque no cerramos a ninguna opción que se pueda presentar, en principio evaluamos que ninguno de los países que están en el itinerario –Perú, Ecuador, Colombia y Venezuela-, nos movilizan a instalarnos el tiempo que sea necesario para la llegada de la wawita (¿?).
Aunque también influye el hecho de que en Argentina tenemos un hogar -el físico y el simbólico-. También que confiamos en el sistema de salud del país. Y obviamente porque queremos compartir ese momento con nuestra familia y amigos.
¿Cuándo exactamente? Cuando sintamos que es mejor quedarse quietos y poner todas las energías en el embarazo y prepararnos para el recibimiento. No sabemos que día será, puede ser mañana.
¿Tenemos todas las respuestas? No. ¿Tenemos miedos? Si. Pero no representaría ningún desafío tener todas las respuestas y no tener miedos, ¿no?
Es hermosa su historia. Les deseo mucha felicidad y salud a los tres! Los sigo leyendo 🙂
Gracias Melina por la buena energía y compañía. Abrazos