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Una de las razones para conocer el mundo: descubrir lugares.

Visitar nuevos destinos es una de las razones para conocer el mundo. Quizás es la razón más famosa o con más prensa. Es la primera respuesta que la mayoría de las personas dan a la pregunta de «¿Por qué viajas?». Si bien para nosotros no es ni el único motivo ni el más importante, tenemos que reconocer que nos encanta conocer nuevos lugares.

¿Qué son los “lugares”? Son espacios, son coordenadas, son puntos geográficos pero para nosotros fundamentalmente son las posiciones de nuestra trayectoria.

Amamos vivir viajando porque viajar es sinónimo de moverse y moverse implica estar en distintos lugares. 

Así nos venimos moviendo:

¿Por qué visitar lugares es una de las principales razones para conocer el mundo?

¿Sos consciente de lo que implica cada uno de esos puntos en el mapa? ¿Y las líneas rojas que los unen?

Hay lugares parecidos al lugar en el que vivíamos (nuestra querida Buenos Aires), como por ejemplo las grandes ciudades. Pero Río de Janeiro tiene playa y se habla portugués, pero Santiago de Chile está rodeada por la Cordillera de los Andes y sufre terremotos, pero Montevideo tiene el mismo Río de la Plata de color más claro y con mucha costanera y playa, pero La Paz está emplazada en un valle a más de 3500 msnm, pero Asunción… bueno no se parece en nada a Buenos Aires. Y así podríamos seguir.

Y la mayoría de las veces esos lugares son únicos. Si bien podemos caer en la tentación de comparar lugares, lo cierto es que son todos diferentes. La patagonia chilena y especialmente la Carretera Austral con lagos de color turquesa y la Cordillera de los Andes juntándose con el mar, el Desierto de Atacama que aunque es el lugar más seco del mundo está lleno de vida y de color, el chaco paraguayo seco y con agua salada donde no se entiende que haya vida, el Altiplano Boliviano donde todo es llano a más de 4000 msnm y por eso cuando llueve el agua rápidamente se hace nieve, la selva de las tres Guyanas que por su exuberancia todavía hay partes sin explorar o las playas de Brasil que tienen más tonos de verdes y de turquesas que la paleta de color de cualquier pintor surrealista.

Admiramos y contemplamos la naturaleza; nos sorprendemos, nos conectamos, nos concientizamos. Y lo bueno de conocer todos estos lugares es que la naturaleza nos encanta pero no alcanza, no es suficiente para conocer los lugares profundamente.

Movernos de un lugar a otro y permanecer por un tiempo, nos permite acercarnos a la cultura de cada lugar: lo que se come, cómo se trasladan en transporte público, qué se vende en los mercados locales, cómo es la arquitectura, cómo es el ritmo diario y cuáles son las actividades cotidianas; cuál es la historia y cómo es su presente, cuál es la situación política y económica. Todo lo que tiene que ver con la acción de las personas y la capacidad de transformadora de la humanidad –para bien y, lamentablemente, también para mal-.

Estuvimos en lugares increíbles como Isla de Pascua, Chile, y Tiwanaku, Bolivia, donde culturas antiguas manifestaron sus creencias en esculturas y donde actualmente sus descendientes continúan viviendo, de otra forma, pero intentando no olvidarse de sus antepasados. Conocimos Brasilia, la única ciudad capital planificada del mundo, y estuvimos en Manaos, una ciudad construida en el medio de la selva. Conocimos pueblos emplazados como si estuvieran colgados de la montaña y en comunidades alejadas de todo, en medio de la selva o las montañas.

Estuvimos en Guayana Francesa, un territorio americano que continúa siendo una colonia, llena de “franceses metropolitanos” que van porque ganan más plata que en Europa. Y también estuvimos en Suriname colonizada por holandeses hasta hace 40 años y habitada por personas originarias de los cinco continentes. En el Chaco Paraguayo conocimos a los menonitas y en Guyana a los indomusulmanes, ambos grupos migrantes que se trasladaron a trabajar la tierra en nuevos horizontes.

Pasamos por decenas de ciudades “normales” donde la gente lleva adelante sus vidas y le va dando forma así a cada lugar: algunas ciudades son limpias, otras ordenadas, otras conservadas, otras modernas; todas características determinadas por la forma en que son habitadas. ¡Todo eso nos fascina!

Y en todo ese recorrido, llegamos a determinados lugares y lo único que nos sale decir es “wow” –o algo así-; con otros lugares es más bien “ah, que lindo…” y con otros directamente “ah”. Todo nos gusta porque estando en esos lugares podemos observarlos, informarnos de primera mano, analizarlos, sacar nuestras propias conclusiones y llevarnos la experiencia de haber experimentado estar en ese lugar.

  ¿Sos de las personas que viajan para conocer lugares? Dejanos un comentario  abajo.

Si querés conocer otros motivos para vivir viajando no te pierdas: «5 motivos para viajar y no parar nunca más.»

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