La decisión que tomamos de llevar una vida itinerante fue probablemente una de las mejores de nuestras vidas. Hecha la aclaración, me gustaría sobrevolar una cuestión, si se quiere, de las no tan positivas de vivir de manera itinerante. Esta tiene que ver con vivir casi en estado permanente de nostalgia.
La vida del viajero tiene muchos momentos sobresalientes, o al menos esa es nuestra experiencia. Muchos encuentros, muchos amigos, muchas personas, muchos lugares, muchos aprendizajes. Y desafíos de todo tipo que, en general, tienen que ver con la adaptación a situaciones diversas.
La intensidad con la que vivimos cada uno de esos momentos es muy fuerte y eso tiene que ver con que son momentos únicos e irrepetibles. Únicos en relación a que probablemente no volvamos a estar nunca más haciendo eso, en ese lugar, con esas personas. Prácticamente no hay repetición. Y si hay repetición, es en períodos cortos. Días o semanas como mucho.
Tuvimos algo de esa repetición en La Serena, Chile, lugar en el que estuvimos trabajando durante tres semanas en junio de 2015, volvimos a trabajar en agosto y en noviembre pasamos a visitar. O en La Paz, en donde durante un mes vivimos en un departamento y trabajamos en una oficina a la que íbamos regularmente. O en San José de Chiquitos, en donde trabajamos en un hotel durante un mes, llegamos a tener una rutina.
Cuanto más grande la repetición mayor la nostalgia que nos genera abandonarla.
En mayor o menor medida, cada poco tiempo, estamos dejando atrás algo que nos hizo felices. Por supuesto para afrontar nuevas aventuras que nos harán igual o más felices. Eso no quita que dejamos atrás lugares, olores, personas, familias, historias. Y eso que dejamos atrás inevitablemente nos genera nostalgia. Pequeñas nostalgias. Pequeñas porque se generan en muy poco tiempo y generalmente también desaparecen en poco tiempo (menos mal, porque sino deberíamos replantearnos el estilo de vida). Pero nostalgia al fin, que hace que cuando vamos de un lugar a otro tengamos sensaciones encontradas: mezcla de tristeza, por lo que dejamos, con expectativa y ansiedad por lo que vendrá.
Cuando cruzamos fronteras de países, la nostalgia se vuelve más grande, no es solo dejar atrás un lugar y su cultura, sino que los amigos que dejamos siguen con sus vidas en sus países y es muy difícil que los volvamos a cruzar. Aunque nos gusta pensar que los vínculos que generamos durarán para siempre.
La verdad es que no es nada grave, ni algo que nos genere ningún replanteo en nuestro estilo de vida. Sin embargo es algo que cada tanto nos pone un poco melancólicos. A veces lo hablamos entre nosotros para acompañarnos en el sentimiento. Otras veces escribimos notas como esta. Luego toca ver qué nos depara el próximo destino, esperando por nuevas experiencias que nos ayuden a dejar atrás las pequeñas nostalgias que nos invaden.
¿A todos los que viajan les da nostalgia irse de los lugares que visitan? Compartinos tu experiencia así nos sentimos más acompañados.
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imposible desprenderse de la nostalgia,a veces uno viaja por 15 0 20 dias a algun lugar de vacaciones,y terminan esos dias y volves a tu lugar de siempre,con nostalgia del lugar que uno deja,asi que hay que convivir con ese sentimiento.
¡Si! Y preferimos tener ese sentimiento por viajar que no tenerlo porque quedarnos quietos. 🙂
Hermoso Marian! Hoy yo estoy en uno de esos días nostálgicos. Estamos tan cerca de ustedes y tan lejos a la vez… Vamos a abandonar Brasil en breves y no hemos vuelto a ir a comer a fuera. Fuera jodas, lindas palabras. Y sí, al menos a nosotros también nos pasa así. Pero somos libres, pese a las nostalgias que elegimos. Abrazote a los dos !
Tal cual, libres por sobre todas las cosas. Y sin dudas preferimos estas nostalgias a las que teníamos cuando volvíamos de vacaciones, que rozaban la depresión. Ya volveremos a comer afuera! Abrazo