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Un año en Argentina. Sedentarios en movimiento

Pasaron 365 días desde que aterrizamos en el aeropuerto de Ezeiza. Veníamos del calor de las playas de Ecuador y apenas atravesamos las puertas automáticas sentimos cómo el otoño venía avanzando en Argentina. “Recién refrescó ayer. Casi que estábamos en verano.” Fueron las palabras de la mamá de Mariano; muy parecidas a las de mi mamá por whatsapp. Ellas estaban felices porque se había ido la humedad -y también porque habíamos vuelto-. Nosotres estábamos algo deprimides porque teníamos que ponernos ropa de invierno -y también porque no sabíamos cuándo íbamos a volver a partir-.

Pasaron 365 días, seguimos en Argentina y todavía no sabemos cuándo nos volveremos a ir.

A pesar de no haber salido del país, no estuvimos nada quietos. Claramente, el mayor movimiento fue la llegada de Lola a este lado -su llegada a nuestras vidas fue evidentemente antes y nos había movilizado bastante-. Pero no nos referimos a ese movimiento simbólico que implica el pasaje a la mapaternidad y a la vida de a tres. Literalmente fue un año de mucha itinerancia. De abrir y cerrar cajas, de armar y desarmar bolsos y valijas, de viajar por la ciudad de Bs.As. y por el país, de subirnos a ómnibus de larga distancia y aviones de cabotaje.

Volver

Volvimos a Argentina cuando decidimos que era momento de empollar. Durante dos meses estuvimos viajando por Perú y Ecuador con Lola en el vientre. Aunque cambiamos la mochila por un bolso con rueditas y el hacer dedo por buses semicama, intentamos continuar con nuestra estilo de vida itinerante haciendo Couchsurfing e intercambios laborales con empresas y emprendedores del sector turístico.

Fue una experiencia sumamente enriquecedora viajar durante el embarazo; sin embargo todo el tiempo nos desafiaba a tomar decisiones con anticipación y a planificar de una manera que no estábamos acostumbrados. Eso nos inquietó un poco, lo confesamos.

“Quiero volverme” fueron las palabras que salieron de mi boca después de varios días de angustia en Manabí, Ecuador. No pasaba nada grave, solo la combinación de las incertidumbres propias del viaje con algunas propias del embarazo más la revolución hormonal junto al cagazo de estar gestando una vida con el agregado de algunos resultados algo negativos en los análisis de rutina engendraron miedos que no pude controlar.

Y en ese momento extrañé la comodidad de una cocina, la comida conocida, la confianza en el sistema de salud argentino, la confortabilidad de un sillón, la tranquilidad de un lugar solo para los dos. Cambiamos los planes, y con ayuda de la familia, en pocas horas compramos los pasajes para volar a Buenos Aires dos días más tarde.

Las cuatro estaciones

Más de dos meses estuvimos resfriados después de llegar. Fue un estado de moco permanente. Yo pensaba que era alergia a la ciudad de Buenos Aires. La causa era mucho menos compleja: de los días cálidos en la playa ecuatoriana sobre la costa del Pacífico pasamos al frío del Atlántico Sur -que ni siquiera podemos ver por el ancho el Río de la Plata-.

Después de varios años, volvimos a experimentar cómo es atravesar las cuatro estaciones una tras otra. El otoño fue llevadero por la calidez de las hojas amarillas sobre las calles y veredas. Pero los días se acortaban.

El frío empezaba a helar hasta las paredes del departamento donde vivíamos. Tres meses enteros de invierno húmedo -como son todos en Bs. As-. Por suerte, nos tocó en la última etapa del embarazo y salíamos a la calle solo para lo necesario. Por suerte, también, las últimas semanas del invierno transcurrieron con Lola en brazos y acurrucados en el sillón. Teníamos el calor que necesitábamos.

La primavera llegó y nos entusiasmó salir a caminar por el barrio con Lola. Empezamos a experimentar el porteo como forma de llevarla a upa pero con los brazos libres -fundamental para los viajes futuros-. Florecieron los jacarandás y volvimos a disfrutar de Bs. As. tonalizada de lila.

Los días se alargaban y nos acercábamos cada vez un poco más al sol. Después de mucho tiempo fuimos testigos de un atardecer cerca de las 8 de la noche.

El verano en la ciudad fue mucho más leve de lo que lo recordábamos. ¿Será porque teníamos aire acondicionado? Fueron pocos días de calor intenso y molesto.

Eso cambió cuando a principios de febrero nos mudamos a San Juan. Nos despedimos de la humedad y se nos secó la piel. Lo mejor fue que durante un mes disfrutamos el atardecer después de las 8 de la noche. En San Juan el otoño tardó en llegar y está tardando el frío. Aunque baje la temperatura, siempre el sol calienta al mediodía.

Así dimos la vuelta al sol: fijos en las mismas coordenadas norte/sur – este/oeste del hemisferio sur.

Barrios de la ciudad de Buenos Aires

Tuvimos la experiencia de vivir en nuestra ciudad pero de la forma en la que lo hacemos cuando estamos itinerantes a tiempo completo. Vivimos en distintos barrios, un poco de prestados y otro poco alquilando temporariamente un lugar. (Re) Conociendo la ciudad en la cotidianeidad.

Estuvimos dos meses en Caballito, el barrio en el que Mariano vivió casi 30 y en el que viven su papá y su mamá, sus hermanas y sus abuelas. Y yo lo conozco bastante por los años de noviazgo. Lo vimos más caótico, más poblado, con más autos, con muchas hamburgueserías y patios de cerveza artesanal. Pero también lo vimos con ojos de visitantes: encontramos lugares que no sabíamos que estaban -o Mariano no lo recordaba-, buscamos lugares a donde nunca habíamos ido juntos -como el Mercado del Progreso-, caminamos por zonas olvidadas, conectamos puntos que estaban dispersos en nuestros recuerdos -como la calle Bogotá que se corta y vuelva a aparecer unas cuadras después un poco desconectada- y descubrimos zonas nuevas -como el puente peatonal de la calle Parral sobre la vías del Tren Sarmiento-.

Los otros seis meses fueron en Villa Devoto, un barrio totalmente desconocido para mi y apenas conocido para Mariano. Amamos el barrio por las veredas anchas, la variedad de árboles en todas las veredas, la tranquilidad de las calles, las infraestructura baja, las casas antiguas, las casas modernas, las casas sencillas, las casas a todo trapo. Por la plaza, por la oferta gastronómica, por parecer estar lejos de todo y tener todo cerca.

Anduvimos por zonas que no sabíamos que existían -como el barrio contiguo de Villa Lynch- y caminamos por calles que alguna vez habíamos escuchado nombrar -como la esquina de Segurola y La Habana-. Por supuesto, catamos todas las heladerías del barrio.

Viajamos como nunca en el transporte público de la ciudad. En el subte por la Línea A, B, C, D y alguna vez la E, y la H también; hasta estuvimos en estaciones nuevas por primera vez. Extrañábamos movernos por debajo de la tierra y llegar en pocos minutos al otro lado de la ciudad. Usamos el Tren Urquiza más veces de las que lo habíamos usado en toda nuestra vida hasta el momento. Y al 132 y al 15, lamentablemente, nos tuvimos que volver a subir en más de una ocasión. Eso sí que no extrañábamos nada.

No vivimos Buenos Aires como turistas. El foco fue Lola, tanto cuando estaba dentro como fuera de la panza. Caminamos mucho porque se lo recomiendan a todas las embarazadas y aprovechamos para mirar esquinas y rincones a las que nunca le habíamos prestado atención. Tanto por el frío como por el calor, tuvimos la excusa de “quedarnos adentro” disfrutándonos. (Y también de la comodidad de tener un lugar propio como hacía mucho no teníamos).

En Bs.As. también experimentamos trabajar desde nuestra casa, frente a la computadora muchas horas al día y muchos días seguidos sin salir de casa, tal como lo hacemos en la itinerancia. Fue la primera vez que disfrutamos en nuestra ciudad de la ventaja de la vida del nómade digital que puede llevar su oficina a donde quiera. Por supuesto, muchos días los trabajamos en pijama.

Dormir en casas de otros

Nos movimos mucho, ya lo dijimos. En estos 365 días vivimos en cinco lugares de manera temporaria. Aunque cada uno fue nuestro hogar, en ninguno tuvimos cosas nuestras más que la ropa. Seguimos durmiendo en camas de otros, usando baños de otros, guardando nuestras cosas en muebles que otros decidieron comprar, adaptándonos a la decoración y ambientación de espacios que otros deciden, cocinando con lo que otros pensaron que les servía para cocinar.  Hasta Lola durmió siempre en cunas donde previamente durmieron otros bebés. Eso sí, tiene su bañadera; es una inflable, apta viajes obviamente.

Tuvimos balcón, patio y jardín. Vivimos en un dos ambientes, en un tres ambientes y un cuatro ambientes. Vivimos en pleno centro y a las afueras de la ciudad, tanto en Bs. As. como en San Juan.

Cuando llegamos -sin plan- a la Argentina, justo por casualidad, Flor estaba de viaje y su departamento en Caballito nos cobijó. Flor no toma café, así que seguimos usando nuestro filtro de tela cada mañana. Flor no tiene TV cable así que nos sentíamos bastante desconectados como estando de viaje. Flor tiene bidet así que nos volvimos a sentir en casa. Flor tiene una gran cama con un gran acolchado, así que dejamos nuestra bolsa de dormir empaquetada. Hace 365 días que sigue ahí. 

A lo de Flor llevamos todas nuestras cajas de ropa archivadas en un altillo desde marzo de 2015. Sacamos todo. Usamos mucha ropa variada al igual zapatos y zapatillas. ¿Habrán pasado de moda? Mucho no nos importa. 

Después alquilamos un PH en Devoto y, cuando nos mudamos, a los bártulos que ya teníamos le sumamos unas cajas con todo lo que le iban regalando a Lola con anticipación. El minimalismo viajero se nos había ido a la mierda… nos relajamos porque sabíamos que era temporal. No sólo tuvimos las comodidades de un hogar en el que vive una persona su cotidianidad; los dueños de la casa que alquilamos temporariamente en Devoto son mapadres de una nena. Así que teníamos cuna colecho, esterilizador de mamaderas y tacho de basura especial para pañales. Y a pesar de tener muchos electrodomésticos, seguimos con el mismo filtro de café de tela que compramos en Ecuador.

Con la mudanza a San Juan empezamos a practicar cómo es viajar con una bebé. Otra vez metimos todo en cajas y las guardamos en ese altillo familiar. Nos quedamos con dos bolsos, una valija y una bolsa con adminículos varios de Lola. Ah, y la practicuna -que entre lo poco práctica que es para armar y lo poco que la usa, no sabemos para qué la trajimos-.

Por el momento, en San Juan ya vivimos en tres departamentos. De uno nos fuimos porque quedaba a trasmano y del otro porque había vinchucas -real, en plena ciudad-. ¿Será el tercer lugar, el que tiene un jardincito, el que nos cobije hasta que nos vayamos de la provincia? Eso esperamos nosotros.

¿Y ahora qué van a hacer?

Desde que llegamos al país, nos hicieron esta pregunta tantas veces y en todas sus variantes. “¿Van a volver a buscar trabajo? ¿Van a volver a su departamento? ¿Van a reservar una vacante en una guardería para Lola?”.

Llegamos en otoño, atravesamos todo el invierno, pasó la primavera y cuando llegó el verano estábamos en la búsqueda de un nuevo hogar. No sabíamos bien a dónde ir y, cuando más lo deseábamos, apareció la oportunidad de un nuevo cambio. Apareció porque estábamos en la búsqueda de un nuevo estilo de vida y abiertos a todas las posibilidades.

Buenos Aires fue el lugar que elegimos para transitar los últimos meses del embarazo y para recibir a Lola rodeados de amor y -vamos a ser sinceros- en la comodidad de lo conocido. Pero una vez que estábamos adaptados -por decirlo de alguna manera- a la mapaternidad, sentíamos que necesitábamos movernos. Después de varios meses quietos en Bs. As., decidimos embarcarnos en una nueva aventura.

Fue un proyecto laboral que se presentó cuando estábamos un poco a la deriva. La realidad es que Buenos Aires nos endeudó. En realidad, la nueva vida sedentaria de gastos mensuales sumada a la falta de planificación -a la cual nos habíamos desacostumbrado- y a que el intercambio como modo de sustento dejó de ser una opción en ese periodo.

Siempre lo repetimos: cuando decidimos renunciar a la estabilidad y al confort de la vida sedentaria, fue por el fuerte deseo de conocer otra cotidianeidad. Entonces, vivir unos meses en San Juan -lo que conocemos como el interior de la Argentina, aunque esté mal denominarlo así- nos entusiasmó. Lo que elegimos fue una forma de vida distinta a todas las conocidas hasta el momento en un lugar desconocido, pero con todas las seguridades que nos da estar en nuestro país.

Temporariamente en San Juan

Ahora estoy tipeando estas palabras en San Juan, cada tanto mirando a la cordillera, la luna, el cielo despejado y lleno de estrellas, escucho el viento zonda o no escucho nada durante la siesta. (Escribo en gerundio: escribí ayer, escribo hoy y escribiré mañana; porque Lola se lleva la mayor parte de atención y por lo tanto de las 24 horas del día).

Hablar de San Juan se merece otro espacio porque tenemos mucho para contar. Lo que tenemos para adelantar es que se siente el calor y el frío con la misma intensidad, que vivimos en una ciudad pero parece que estamos en un pueblo, que la hora de la siesta la respetan hasta las cadenas internacionales, que los domingos cierran los supermercados y los emprendimientos turísticos, que los sanjuaninos te reciben con los brazos abiertos -hasta en los grupos de whatsapp de mamis-, que los paisajes de la provincia son espectaculares, que al peatón no se lo respeta ni se lo tiene en cuenta y que las campanas de la catedral suenan cada 15 minutos, literal.

Volver a viajar (ahora con una bebé)

Algo típico, de cuando vivíamos en Argentina hasta el 2015, eran las escapadas de fin de semana. Irse de la ciudad era el objetivo no importaba a dónde. Aunque los últimos meses del embarazo y los primeros de Lola, estuvimos quietos en Buenos Aires, de a poco nos fuimos animando a adoptar una nueva categoría de viajeros: los que lo hacen con bebés.

La primera vez fue a la Costa Atlántica; un viaje que solíamos hacer en 4 horas nos llevó 7. El sistema de retención infantil -conocido como el huevito- es como la silla de tortura. Lola conoció el mar (argentino), la arena gruesa y el agua marrón. Volvimos a la playa unos meses más tarde pero en micro. Ella la pasó mejor porque estuvo todo el tiempo a upa. ¿Es lo más seguro? No. Por eso recurrimos al porteo y la pudimos tener de alguna manera sujetada.

Con la mudanza a San Juan experimentamos cómo es viajar en avión con bebés. Creemos que a Lola también le incomoda el poco espacio que hay entre los asientos de los aviones de cabotaje de Argentina.

No importa el medio de transporte, ella tiene momentos de bienestar y otros no tanto; igual que cuando estamos en casa. El desafío es nuestro: encontrar la forma de entretenerla sin poder caminar aunque sea unos pasos. El recurso de la teta siempre es el que mejor funciona.

En San Juan también hicimos de esos viajes cortos; no para escapar de la ciudad sino para conocer las bellezas naturales de la provincia. Fuimos a Valle Fértil y visitamos el Parque Provincial Ischigualasto. Ese fue el primer viaje turístico en familia. Armamos la valija, alquilamos un auto, dormimos en hotel, hicimos picnic, cenamos en restaurantes. Repetimos la odisea para recorrer la zona precordillerana de Rodeo y el Dique Cuesta del Viento.

Estos viajes cortos los tomamos como un entrenamiento paulatino de lo que se viene. No sabemos cuándo ni por cuánto tiempo. Lo que sabemos es que próximamente se viene una nueva etapa que será, fundamentalmente, itinerante.

Comments (2)

Me encantó leer esto, gracias! Siendo una familia multicultural argentino-finlandesa con una niña de 2,5 años y con ganas de viaja, es una inspiración saber sobre sus experiencias. Nosotros somos más vagos de salir de la comodidad y por ahora vamos practicando con viajes más cortos. Pero las ganas están. Esa pregunta sobre un mundo, una vida diferente. Un poco lo hacemos, temporadas en el norte y en el sur, pero estar en la ruta…ya veremos! Seguiré leyendo otros posts, pero qué hermoso poder vivir en San Juan un rato y a la vez tener a seres queridos más “cerca” 🙂 Ahora veré por donde andan en este momento… Mucha felicidad para la familia viajera!

Hola Annaunelma, hay muchas formas de viajar e itinerar, no todo tiene que ser un movimiento intenso y constante. A nosotros nos gusta viajar lento y por períodos largos en cada lugar. A veces lo logramos y otras no tanto. Es cuestión de adaptarse, sabiendo que es lo que nos gusta. Gracias por escribirnos y no te vamos a decir en dónde estamos, para que lo busques por el blog, jaja. Abrazos

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