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5 motivos para viajar y no parar nunca más. Reflexiones de dos años viajando

El 15 de marzo de 2015 fue el día que cambiamos de estilo de vida.  Empezamos a vivir viajando. Dos años después, tenemos tantos motivos para viajar que pensamos hacerlo durante mucho tiempo y experimentando distintas maneras de hacerlo.

Ni seis meses de Licencia sin Goce de Sueldo ni un año sabático. Tampoco vacaciones largas o dos veces al año. Mucho menos un periodo de búsqueda personal financiado por el Seguro de Desempleo al estilo de los franceses -increíble-. Aunque todas esas opciones las evaluamos en algún momento -menos la última porque al Estado Argentino no le da, o mejor dicho, a nosotros no nos daría para vivir con lo que nos puede llegar a dar- un día dejamos de pensar tanto y decidimos empezar a viajar sin tener predefinido un tiempo.

Si te gusta viajar pero no te animás a hacerlo por un tiempo largo seguí leyendo. Estos son nuestros cinco motivos para viajar y no dejar de hacerlo nunca más.

1- Viajar para que todos los días sean distintos al anterior
2- Viajar para conocer lugares (los famosos y los que no sabés ni que existen)
3- Viajar para conocer todo tipo de personas en todo tipo de situaciones
4- Viajar para vivir intensamente
5- Viajar para desafiarse como persona

No son los únicos motivos; son los que más nos gustaron para compartir porque son tan amplios que en realidad terminamos hablando de muchas otras razones para vivir viajando.

Motivo para viajar #1: Todos los días son distintos al anterior

Ayer estábamos en Boa Vista, Brasil, una capital de estado casi desconocida, y ahora estamos escribiendo desde Manaos, la mismísima capital del estado de Amazonas. La semana pasada estábamos, por Couchsurfing (¿No sabés lo que es? Lee nuestra explicación en “¿Qué es Couchsurfing?”), en una casa en Guyana sin agua y sin lugar para cocinar y ahora estamos en un hotel con desayuno incluido, agua caliente y wifi. Los últimos días los pasamos entre eventos culturales y juntadas a comer con un montón de gente, amigos de nuestro anfitrión, y ahora estamos los dos solos, empezando a conocer la ciudad a la que recién llegamos.

Motivos para viajar
¡Hola! Saludos desde Manaus

Esta situación es nuestra rutina. Quizá es un poco exagerado decir que “cada día es absolutamente diferente al anterior” pero sí te aseguramos que “todos los días son muy diferentes a los anteriores”.

¿Por qué es uno de los motivos para viajar? Porque es algo que nos genera adrenalina y motivación. De hecho, cuando estamos por un tiempo largo fijos en un lugar -un mes por ejemplo- nos pasa que nos da ganas de volver a estar en movimiento porque extrañamos la novedad. O cuando estamos mucho tiempo en un país. Generalmente tratamos de quedarnos el máximo posible -de acuerdo a los que nos permite la ley de ese país- pero llega un momento en que todo empieza a ser predecible y conocido y para nosotros ese es el momento de “empezar a dejar el país”.

Que todos los días sean diferentes no significa que no tengamos una rutina. La diferencia es que hasta hace dos años nuestra rutina estaba marcada por el trabajo -con sus tiempos y modalidades-, la facultad, la familia y los amigos -qué día nos juntamos a comer, cuándo se celebran los cumpleaños-, y los momentos de ocio -porque había momentos para eso: momentos para ir al cine, momentos para estar de vacaciones, momentos, para comer helado, para ver a los amigos-. Sabíamos exactamente cómo iba a ser cada día y las semanas, o los próximos meses. Obviamente no al 100% porque el factor sorpresa aparecía siempre -así es la vida-.

Es algo que nos pasaba a nosotros. No pensamos que todas las personas que no viven de manera itinerante sienten su vida como una rutina superestructurada archiesquemática. Nosotros lo vivíamos así y sentíamos que no nos hacía felices y por eso elegimos cambiarla.

Hoy tenemos una rutina diaria que implica pensar todos los días cómo va a ser ese día. El común denominador, lo que organiza nuestros días, la regularidad es, justamente, la irregularidad.  

Tenemos momentos de trabajo, momentos de paseo, de encuentros, momentos de no hacer nada, momentos de planificar (lo que más hacemos). Pero la verdad es que nunca sabemos cuándo van a ser esos momentos en el día o si todos los días van a tener esos momentos.

Para ser sinceros, a veces resulta cansador no saber qué hacer de tu día y simplemente quisiéramos no tener que pensar en todo lo que hay que organizar:

dónde dormir: ¿alquilamos algo o pagamos un hospedaje o pedimos couchsurfing o trabajamos por intercambio? (Pueden tener más detalle en “Cómo viajar sin pagar alojamiento durante cuatro meses”)

dónde comer: ¿compramos unos Maruchan (fideos instantáneos horribles) o comemos en la calle o cocinamos en la casa en la que nos quedamos?

hacia dónde ir: ¿alargamos la estadía en este lugar o apuramos para llegar al próximo destino?

dónde y cómo trabajar: ¿hay algún lugar público con buena señal de WIFI? ¿El lugar que alquilamos tiene un escritorio para trabajar? ¿ofrecemos trabajar por intercambio?

cómo viajar: ¿hacemos dedo o vamos en bus? ¿vamos un colectivo o pagamos un taxi?

A estas preguntas sumale las particularidades de cada país; y en cada país, las particularidades de cada región; y en cada región, las particularidades de cada casa en la que nos alojamos y agregale el mes en el que estamos o el día de la semana y las particularidades de las personas con las que estamos conviviendo. Así es como las posibilidades de respuestas se van multiplicando.  

Pero al final de ese pensamiento -porque es solo un pensamiento- volvemos elegir no saber cómo va a ser mañana porque nos obliga a pensar todo el tiempo si lo que hacemos es realmente lo que queremos hacer o si lo hacemos porque simplemente es lo que venimos haciendo o porque es lo que hay que hacer. Aunque a veces resulte incómodo hacerse esta pregunta -más porque somos dos y muchas veces lo que siente uno es diferente al del otro-, desde hace dos años es esa pregunta -y la real posibilidad de hacerla- uno de los principales motivos para viajar.

¿Qué pensás? ¿Te sentís identificado? Dejanos un comentario abajo.

Motivo para viajar #2: Conocer lugares (de los famosos y de los que no sabes ni que existen)

¿Qué son los “lugares”? Son espacios, son coordenadas, son puntos geográficos pero para nosotros fundamentalmente son las posiciones de nuestra trayectoria (⬅ Miralas).

Amamos vivir viajando porque viajar es sinónimo de moverse y moverse implica estar en distintos lugares. Obvio que esos lugares podrían ser “A” y “B” y así no estaríamos conociendo nada nuevo. Pero eso sería hacer trampa. Hablamos de moverse a distintos lugares con cada movimiento.

Mirá lo que pasa:

¿Sos consciente de lo que implica cada uno de esos puntos en el mapa? ¿Y las líneas rojas que los unen?

Hay lugares que son similares al lugar al que vivíamos (nuestra querida Buenos Aires), como por ejemplo las grandes ciudades. Pero Río de Janeiro tiene playa y se habla portugués, pero Santiago de Chile está rodeada por la Cordillera de los Andes y sufre terremotos, pero Montevideo tiene el mismo Río de la Plata de color más claro, pero La Paz está emplazada en un valle a más de 3500 msnm, pero Asunción… bueno no se parece en nada a Buenos Aires.

Y la mayoría de las veces esos lugares son únicos -por lo menos para nosotros que solo conocemos una ínfima parte de este gran mundo-. La patagonia chilena y especialmente la Carretera Austral con lagos de color turquesa y la Cordillera de los Andes juntándose con el mar, el Desierto de Atacama que aunque es el lugar más seco del mundo está lleno de vida y de color, el chaco paraguayo seco y con agua salada donde no se entiende que haya vida, el Altiplano Boliviano donde todo es llano a más de 4000 msnm y por eso cuando llueve el agua rápidamente se hace nieve, la selva de las tres Guyanas que por su exuberancia todavía hay partes sin explorar o las playas de Brasil que tienen más tonos de verdes y de turquesas que la paleta de color de cualquier pintor surrealista.

Admiramos y contemplamos la naturaleza; nos sorprendemos, nos conectamos, nos concientizamos. Y lo mejor de conocer todos estos lugares es que la naturaleza nos encanta pero no alcanza, no es suficiente para conocer los lugares profundamente.

Movernos de un lugar a otro –y fundamentalmente, viajar lento como lo hacemos- nos permite acercarnos a la cultura de cada lugar: lo que se come, cómo se trasladan en transporte público, qué se vende en los mercados locales, cómo es la arquitectura, cómo es el ritmo diario y cuáles son las actividades cotidianas; cuál es la historia y cómo es su presente, cuál es la situación política y económica. Todo lo que tiene que ver con la acción de las personas y la capacidad de transformadora de la humanidad –para bien y, lamentablemente, también para mal-.

Estuvimos en lugares increíbles como Isla de Pascua, Chile, y Tiwanaku, Bolivia, donde culturas antiguas manifestaron sus creencias en esculturas y donde actualmente sus descendientes continúan viviendo, de otra forma, pero intentando no olvidarse de sus antepasados. Conocimos Brasilia, la única ciudad capital planificada del mundo, y estamos en Manaus, una ciudad construida en el medio de la selva. Conocimos pueblos emplazados como si estuvieran colgados de la montaña y en comunidades alejadas de todo, en medio de la selva o las montañas.

Estuvimos en Guayana Francesa, un territorio americano que continúa siendo una colonia, llena de “franceses metropolitanos” que van a ganar más plata que en Europa. Y también estuvimos en Suriname colonizada por holandeses hasta hace 40 años y habitada por personas originarias de los cinco continentes. En el Chaco Paraguayo conocimos a los menonitas y en Guyana a los indomusulmanes, ambos grupos migrantes que se trasladaron a trabajar la tierra en nuevos horizontes.

Pasamos por decenas de ciudades “normales” donde la gente lleva adelante sus vidas y le va dando forma así a cada lugar: algunas ciudades son limpias, otras ordenadas, otras conservadas, otras modernas; todas características determinadas por la forma en que son habitadas. ¡Todo eso nos fascina!

Y en todo ese recorrido, llegamos a determinados lugares y lo único que nos sale decir es “wow” –o algo así-; con otros lugares es más bien “ah, que lindo…” y con otros directamente “ah”. Todo nos gusta porque estando en esos lugares podemos observarlos, informarnos de primera mano, analizarlos, sacar nuestras propias conclusiones y llevarnos la experiencia de haber experimentado estar en ese lugar.

  ¿Sos de las personas que viajan para conocer lugares? Dejanos un comentario  abajo.

Motivo para viajar #3: conocer todo tipo de personas en todo tipo de situaciones

“Cada persona es un mundo” dice el saber popular –y algún que otro slogan publicitario-. Nuestro saber nos dice que en estos dos años de vivir viajando conocimos más personas que en los 30 y pico de años anteriores. Así que imaginá la cantidad de mundos que conocimos y con los que compartimos el nuestro.

Conocimos muchas personas –no sabemos exactamente cuántas porque somos malos para llevar las cuentas-. Conocimos a personas de las buenas, las que tienen mucho en común con vos, las que no te caen bien –que expresión rara pero visual-, las que son opuestas a vos, las que te hubieses gustado conocer antes y a las que no tenés ganas de volver ver.

Brígida nos recibió en Tiwanaku. Nos matamos de risa.

Las conocimos por Couchsurfing, por trabajar por intercambio, por trabajar a cambio de dinero, por hospedarnos en hostels donde convivimos con personas todo el mundo –real-, por dar charlas en escuelas e instituciones educativas, por viajar a dedo y por viajar en ómnibus, por hospedarnos por Airbnb en departamentos con cuartos compartidos.  

Cuando decidimos empezar a viajar teníamos claro que queríamos experimentar otras formas de vivir. No sólo en relación al modo de trabajo y al entorno, sino también a las relaciones personales y a cómo encararlas.

Conocemos personas con las que tenemos mucho en común, con las que rápidamente nos llevamos bien y accedemos a conocer sus vidas, sus pensamientos, sus sentimientos, sus amigos, sus familias. Y así aprendemos.

Conocemos otras personas que no tienen que ver con nosotros, con las que no compartimos casi nada, y sin embargo se nos abren un montón de oportunidades y vivimos experiencias que  no se presentan cuando te llevás bien con alguien. Y así aprendemos

Todo esto se ve potenciado porque, en muchos casos, las personas que conocemos nos abren las puertas de su casa y convivimos por varios días. Hemos convivido -bajo el mismo techo- en más de 70 hogares conformados por una o por hasta cinco personas. Las costumbres, maneras de pensar, filosofías, cosmovisiones, profesiones, oficios, gustos, manías, obsesiones, afiliaciones políticas y creencias religiosas que hemos conocido son una fuente inagotable de sabiduría e inspiración.

Viajar nos relaciona con tanta gente que de a poco vamos aprendiendo a abrir nuestro mundo y a meternos en el de los demás y así experimentar diferentes –y singulares- maneras de vivir. En algunos casos nos hicimos amigos y nos conforta saber la red de amistad y relaciones que estamos formando por todo el continente. En otros casos no volveremos a hablar, pero siempre vamos a estar agradecidos de que una persona haya querido compartir su mundo con nosotros.

Definitivamente las personas, cada una con su historia particular, son uno de los motivos por los que elegimos vivir viajando. Todas las historias son particulares y en esa particularidad radica lo especial de cada encuentro. Esta es una lista que hicimos de esas historias de acuerdo a cómo fueron apareciendo en la cabeza, sin reflexión y sin censura previa.  

Una pareja de colombianos viviendo en Porto Alegre que alquilaban el cuarto que tenían libre para poder pagarse los materiales de la universidad.

Un señor camionero que viajaba por el norte de Chile con fiebre y que estaba enamorado platónicamente –o no verdaderamente- de la señora que atendía un comedor en medio de la ruta del Desierto de Atacama.

Una mujer que a los 16 años dejó su ciudad escapándose de sus papás y ahora vive con sus dos hijos en una casita sobre la playa con luz provista por energía solar y vende panes en la playa.

Una familia de franceses con tres niños con los que nos comunicábamos por Google Translate y a través de los juegos.

Un español loco por los loros que se fue a vivir a la amazonía boliviana y creó una fundación para salvar a una especie en extinción.

Un joven indígena de Bolivia que lo eligieron presidente de una asociación de turismo comunitario que nos invitó a pasar una semana en su comunidad para que los ayudáramos a mejorar la comunicación.

Una mujer embarazada con dos hijos que no paraba de repetirnos que se sueño era viajar por el mundo tocándose la panza y con lágrimas en los ojos.

Un estadounidense de 70 años que desde que se quedó viudo disfruta de viajar y pescar por la Patagonia.

Un adolescente de Haití que viajó a Guayana Francesa con la ilusión de estudiar y tener una vida mejor y que seis meses después sigue esperando los papeles migratorios (todo esto lo supimos gracias a una chica originaria de Guayana que a nosotros nos hablaba en portugués y al chico en francés y hacía de traductora).

Un pediatra de Río de Janeiro que se enamoró de la amazonía y se fue a trabajar con las comunidades indígenas y mientras tanto se casó dos veces y se separó cuatro.

Una mujer a quien le pedimos por favor que nos llevara en el auto durante miles de quilómetros sin conocernos y después nos invitó a salir con sus amigas.

Un pibe francés que nos recibió en su casa con la mejor buena onda y la noche de Año Nuevo nos llevó en su auto borracho (alcoholizado) aunque le pedíamos por favor que nos bajara o nos dejara manejar a nosotros.

   ¿Sos de las personas que viajan para conocer personas? Dejanos un comentario abajo.

Motivo para viajar #4: vivir intensamente

Ya lo dijimos, todos nuestros días son únicos y diferentes. Esto hace que nuestras vivencias tengan una intensidad que por momentos nos desborda. Todo lo vivimos a flor de piel. ¿Qué significará esta expresión? Que hay mucha energía en movimiento alrededor nuestro y depositada por nosotros en todo lo que hacemos.

El tiempo corre de manera diferente. A veces muy rápido como nos pasó en Brasil donde sentíamos estar corriendo para salir del país porque se nos acababan los días. Más de 9000 kilómetros en seis meses sin tomar ningún avión. Las estadías más largas sin movernos de lugar fueron de dos semanas y en algunos lugares solo nos quedamos tres días, aunque siempre intentábamos estirarla a una semana. Brasil es demasiado grande, tanto que no nos alcanzaron los seis meses habilitados como turistas para recorrerlo entero; solo conocimos 13 estados de los 26 que hay en Brasil y si lo pensamos en kilómetros cuadrados habrá sido solo el 30% -no nos creas mucho porque somos malos para las matemáticas.

Otras veces el tiempo corre lento o corre según el ritmo de cada lugar. Así nos pasó en San José de Chiquitos, un pueblo en el sudeste de Bolivia, donde nos quedamos un mes; no solo en el mismo pueblo sino también bajo un mismo techo, el mismo cuarto, la misma vista al jardín, la misma plaza a la que íbamos a la tarde a tomar mate, la misma iglesia jesuítica que todas las noches se iluminaba de amarillo, las mismas tardes quietas y silenciosas interrumpidas por los tucanes que saltaban de rama en rama en las palmeras.

Las sensaciones también fluyen a otro ritmo. Los pensamientos aparecen con otra lógica. Las cosas suceden de otra manera. Por estar en diferentes lugares, por conocer otras realidades, por tener otras prioridades, la intensidad de nuestros días cambió. El trabajo, los encuentros, los momentos, las charlas, las comidas, el amor, los paseos, hasta las siestas se viven más cuando se alcanza el nivel de intensidad emocional que nosotros alcanzamos gracias a vivir viajando.

A veces porque eso que experimentamos es nuevo, otras porque es diferente, otras porque hace mucho que lo no experimentábamos. Y estando de viaje, experimentar cosas nuevas o diferentes o que no las experimentábamos desde hacía mucho, ocurre todo el tiempo.

Sabemos que lo que estamos viviendo no lo vamos a volver a vivir. Lo que estamos haciendo, en dónde lo estamos haciendo, cómo lo estamos haciendo, con quién lo estamos haciendo muy difícilmente se vuelva a repetir. Por eso, vivimos en estado permanente de nostalgia (como lo contamos en “Los viajeros y las pequeñas nostalgias”).

Ahhhh

Igual, lo que queremos destacar no es el costado triste y bajonero, sino todo lo contrario. Nosotros ya sabemos que los momentos que vivimos son únicos. En realidad todo lo que viven las personas es único, la diferencia es que viajando nosotros aprendimos a identificarlo, a valorarlo y disfrutarlo. Esto sin dudas es un motivo para viajar. Así es como empezamos a vivir el presente, el aquí y ahora. Vivir de viaje nos potenció en ese sentido. Y estamos seguros que cualquiera que pueda viajar por largo tiempo va a sentir esto.

   ¿Sos de las personas que viajan porque le gusta vivir con intensidad sus días?
Dejanos un comentario  abajo.

Motivo para viajar #5: desafiarse como persona

Seguramente habrás escuchado y leído mucho sobre “la zona de confort”, esa idea que hace referencia a que la vida cotidiana nos coarta la creatividad y la posibilidad de cambio porque nos acostumbramos a vivir de la forma en la que lo hacemos. A nosotros por momentos nos resulta trillado y otras muy ejemplificador. Los desafíos personales que implica salir de la zona de confort son uno de los grandes motivos para viajar por largo tiempo.

La comodidad. Este es acaso el desafío más palpable que tenemos desde el día uno, en el que empezamos a vivir de viaje. Comodidad en sentido literal. Viajamos de cualquier manera, desde en una caja de camioneta hasta en el mejor bus que pueda existir o en avión en… clase económica. Dormimos de cualquier manera, desde en una manta en el piso hasta el sommier más esponjoso. Comemos de cualquier manera, desde sopa en una bolsa caminando en un mercado hasta el mejor menú de hotel (pero de Bolivia, donde es bien barato).

Y también comodidad en sentido no tan literal. Podemos estar incómodos con el entorno, con la cultura que nos rodea, con las condiciones de trabajo, con el clima. En todos los casos el desafío es muy grande. Nuestra capacidad de adaptación evolucionó increíblemente en estos dos años y la verdad es que no nos quejamos ni un día (mentira total).

Ya sabemos que la comodidad que teníamos no nos hacía plenos (Camu lo cuenta en “El día que renuncié a ser empleada pública para viajar por el mundo). Y esta “incomodidad” que muchas veces enfrentamos nos resulta mucho más cómoda que la que teníamos en nuestra vida sedentaria.

Los prejuicios y preconceptos. Viajar por largo tiempo es como hacer un doctorado en derribar prejuicios. Lamentablemente estamos acostumbrados a movernos con prejuicios. Lo que no conocemos solemos imaginarlo desde los prejuicios. Ahí aparecen cosas como “cuando llegas a un país siempre te quieren cagar”, “si comés en la calle te va a caer mal”, “no hay que andar por lugares que no se conocen”, “no hay que hablar con desconocidos”, “al turista siempre lo van a engrupir”, “viajar es caro”.

No decimos que estas cosas no puedan ser ciertas. Decimos que vivir desde el prejuicio es negarse a conectar con los lugares y las situaciones. Viajando estamos todo el tiempo frente a prejuicios que se caen a pedazos. ¿Cómo puede ser que en un lugar tan inseguro nos traten tan bien? ¿Cómo puede ser que tomemos agua de la canilla y no nos pase nada? ¿Cómo un desconocido nos va a pagar un taxi? En fin, todos tenemos muchos prejuicios y viajando ejercitamos mucho cómo hacer para ir derribándolos.

Es un desafío interno tener que despojarse de esos prejuicios que vienen hace años condicionando nuestra forma de ser y estando de viaje sentimos que todos los días se nos presentan oportunidades para ejercitarlo.

La timidez y vergüenza.  Los dos tenemos pánico escénico. No nos gusta encarar a un desconocido para pedirle que nos lleve hasta algún lugar en su auto, mucho menos negociar un precio. Somos tímidos cuando estamos en encuentros con desconocidos y siempre pensamos que podemos quedar como personas “poco sociables” así que uno codea al otro para que tome la iniciativa. Imaginate cuando nos invitaron a una clase de teología protestante en Brasil y todos los alumnos se acercaban a darnos la bienvenida.

Al viajar hay que comunicarse para comer, subirse al transporte, moverse en la calle, con las personas que te reciben, con la personas que te lleva en su auto. Cada una de esas instancias para nosotros es incómoda y aunque sería más fácil quedarse en Buenos Aires donde todo es conocido preferimos enfrentarlas porque sabemos que lo que viene después lo disfrutamos muchísimo más.

Los esfuerzos físicos. Por si tenías alguna duda lo dejamos claro: nunca vas a vernos viajar en bicicleta. A lo sumo un recorrido de dos horas por alguna ciudad llana. Mucho menos somos deportistas extremos: cada vez que en Chile nos nombraban algo relacionado a “ascender un volcán” nos alejábamos de esas personas. (Además en Chile dicen “ascensión” y nos acordábamos de la virgen). Pero sí nos gusta hacer pequeños -grandes para nosotros- esfuerzos físicos.

Aunque sabíamos que durante la semana que pasaríamos en la Chapada Diamantina íbamos a subir y bajar de todos lados, nos decidimos a ir. Y aseguramos que fue una experiencia increíble –más allá de todo lo que transpiramos-. (Lean la nota de la Chapada Diamantina más tarde). Y en Chile una vez directamente nos dimos por vencidos y dimos la vuelta (pueden leer “El mirador desde el que no miramos). Desde ese día, empezamos a hacer dieta y desayunar fruta y yogur cada vez que están dadas las condiciones –tengan en cuenta que en algunos lugares se desayuna guiso y en otros no existe la granola-.

Los miedos. (Por Camu). Le tengo miedo al avión porque creo que se va a caer durante el despegue, a viajar en bus de larga distancia porque creo que el chofer va a quedarse dormido, a viajar a dedo porque pienso que todos son inconscientes, a subirme a un barco porque creo que se va a hundir. Seguramente si viviera de manera sedentaria cada una de estar oportunidades de tener miedo se reducirían considerablemente. Pero sería muy angustiante que esos miedos me impidan hacer lo que me gusta: vivir de viaje. Entonces trato de superarlos día a día, y cuando no puedo trato de sobrellevarlos.   

Marian no lo va a decir, pero le tiene miedo a los precipicios. Él ni se acerca y cuando me acerco yo ni me mira. Todavía no se cómo se animó a tirarse de un edificio cual spiderman. (Mírenlo acá). Y lo mismo nos pasó –si, a los dos- al hacer la Camino de la Muerte en Bolivia en bici. Al mismo tiempo que pedaleábamos nos preguntábamos cómo se nos había ocurrido hacer esa locura.

5 motivos para viajar
Acá, en la Ruta de la Muerte, pasándola bien.

Lo que más nos gusta de nuestro estilo de vida itinerante es que nos pone a prueba. Nos obliga a cambiar, a ser mejores personas. A pulir las cosas con las que no nos sentimos a gusto. Quizás tenga que ver con el punto anterior. Con la intensidad. Es tal la intensidad con la que vivimos todo que si hay algo que no nos cierra lo tenemos que hacer cerrar. Y la forma de hacerlo cerrar es identificar el problema y ver cómo resolverlo. Y para resolverlo siempre tenemos que cambiar algo, algo de nuestra manera de actuar o de pensar.

Esto aplica a nuestra relación como pareja, pero también a nuestra relación con el entorno y a la relación con nosotros mismos. Esto nos pasa todo el tiempo y si bien es arduo y trabajoso, también es placentero cuando sentimos que maduramos como personas y que aprendemos a resolver lo que el camino nos propone.

Nos imaginamos que este es el principal desafío personal de cualquiera. Lo que nos pasa ahora es que nos sentimos mucho más exigidos por nosotros mismos por convivir las 24 horas del día entre nosotros -somos pareja, compañeros de trabajo, amigos, vecinos; todo al mismo tiempo- y con muchas otras personas que vamos conociendo en el camino.


La verdad es que hay muchos más motivos para viajar, pero estas 5 razones son los que a nosotros más nos alientan a seguir viajando. Cuando cumplimos un año de vida de viaje escribimos sobre todo lo que habíamos aprendido al viajar: Un año de viaje: 11 cosas que aprendimos al vivir viajando. Ahora, que cumplimos dos, quisimos compartir cuales son nuestras razones y motivos para viajar y no parar nunca más.

Si llegaste leyendo hasta acá, gracias totales. Nos encantaría saber tu opinión. ¿Para vos hay otros motivos para viajar? Queremos conocerlos. Dejanos un comentario .

Comentarios (10)

Hola, somos una pareja de colombianos que queremos lanzarnos a la gran aventura de alcanzar el sueño de la vida con libertad. Mi esposa tiene 52 años y yo 50
Que opinan? Hay una edad límite para perseguir un sueño?

¡Hola Felipe! Que lindo lo que contás. Sinceramente creemos que la edad no es un límite, muchas veces sí es una excusa.
A más puede ser que haya más prejuicios, más estructuras rígidas, más miedos quizá… Pero al mismo tiempo hay más conciencia de lo vivido. Y si sienten que algo hay que cambiar, que es el momento de darle un giro a su forma de vivir, evidente es porque es así.
Requiere mucha capacidad de adaptación pero en eso está lo interesante: en el desafío.
¡Lo mejor para lo que emprendan!

exelente!!!!!los felicito que hermoso lo que hacen!!!!!!

¡Hola Carla! Muchas gracias por tu comentario. ¡Saludos!

Que bueno, me encanta el recorrido, las historias siempre son increíbles, y es tal cual, lugares, personas, y toda una aventura por delante, en especial cuando nadie te apura, sigan mientras puedan… nosotros nos tuvimos que volver, pero me quedo en el corazón la esperanza de repetir…

Gracias! Nadie nos apura ni queremos que lo haga. Ojalá puedan repetir. Éxitos y estamos en contacto. Y si arrancan nuevamente no duden en avisar.

Los felicito chicos,se los pregunto rn serio,diganme con que plata viajamos,pagando un credito de casa,colegio de los chicos,etc. Diganme la fórmula porque no se me ocurrre,obviamente que me gustaria hacer lo que ustedes hacen!!!

Gracias por escribir Martín! Nosotros viajamos mientras trabajamos. Trabajamos como si estuviésemos en Argentina, nuestra profesión nos lo permite. Además al vivir de viaje muchos de nuestros gastos se redujeron mucho porque no hacemos gastos típicos de vivir en grandes ciudades como Buenos Aires, realmente cambiamos nuestro estilo de vida. Hay muchas familias que viven viajando y encontraron maneras de continuar con el colegio de sus hijos. Nosotros por ahora somos dos así que no tenemos experiencia al respecto. Lo que si podemos decirte es que se puede vivir viajando. Hay que estar convencido y dispuesto a hacer sacrificios, con esa base las oportunidades van a apareciendo. Al menos así nos pasó a nosotros y a mucha gente que vive viajando. Abrazo y si arrancan para algún lado no duden en contarnos.

Hola
Felicidades lo han logrado.
En Medellín y Colombia suceden tantas cosas dignas de ver….
Esta tierra antioqueña los espera.

Hola Mauricio, gracias. Ya llegaremos a Medellín, con certeza iremos. No tenemos dudas de que hay muchas cosas para ver. Abrazo

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